El Sur Andino, un pasado que nos une

Por: Rafael Longhi Saravia

Seguramente en más de una oportunidad se habrá preguntado acerca del por qué nos resultan curiosamente tan familiares ciertas manifestaciones de la cultura popular, tanto de la región valluna como altiplánica de Bolivia, o de la parte noroccidental argentina, hasta el punto llegar a pensar que se trata de nuestras propias tradiciones.

Algunos ejemplos

Es el caso, por citar un ejemplo, del reconocido carnavalito “El humahuaqueño” de Edmundo Zaldivar, que fácilmente podría confundirse con alguna de nuestras más festivas canciones —y de hecho le ha sucedido a más de un arequipeño, incluso a quien escribe— a pesar de que su título es una clarísima referencia a su lugar de origen, justamente la quebrada de Humahuaca, en el extremo norte de la provincia argentina de Jujuy, a razón de que su rítmica, su estructura melódica son innegablemente parecidas a las de nuestras emblemáticas pampeñas.

Otro ejemplo es una de las preparaciones más representativas de la culinaria de aquella misma región: nada menos que el “locro”, hecho a base de papas, carnes varias, charqui y el infaltable ají, es decir, ingredientes más, ingredientes menos, prácticamente lo mismo que aquí.

Por otro lado, para el atento oyente, no es nada extraño descubrir que en alguna vidala —género musical de aire triste y cadencioso— los versos corresponden a alguno de nuestros sentidos yaravíes.

Este hecho no es casual dado que existen no una, sino varias circunstancias que a lo largo de la historia nos han ligado de manera muy estrecha con el norte argentino, los valles y el extenso Altiplano boliviano así como también el norte chileno, siendo justamente Arequipa un eje fundamental dentro de ese espacio de intercambio comercial, económico, social y cultural que algunos llaman el Sur Andino.

Raíz milenaria

Desde mucho antes que se diera el proceso de expansión inca, impulsado por Pachacuti, aproximadamente hacia el año 1450, existió más de un desarrollo cultural cuya área de influencia integraría estos territorios hoy divididos por fronteras relativamente recientes.

Es el caso de Tiwanacu, cultura que tuvo como epicentro a la región circunlacustre del Titicaca pero cuya influencia, posiblemente determinada por una intensa actividad de intercambio de productos, se puede rastrear en países como Chile y Argentina, además, claro, de Perú y Bolivia, precisamente en las zonas en las que existe en la actualidad una intensa actividad comercial, tanto de carácter formal como informal, impulsada fundamentalmente por pobladores altiplánicos y que evidentemente no es nada nueva.

El aporte inca

El desarrollo cultural inca también tiene una importante cuota de participación en esta integración. En su etapa de expansión, fugaz y explosiva, el incanato incorporó al dominio de la élite cusqueña un enorme territorio solo comparable al de los más vastos imperios universales en algo menos de un siglo. Así integraron el llamado Sur Andino a un sistema que sin ser un estado moderno, comprendió un proceso de cierta naturaleza unificadora.

Este tipo de organización, no obstante la continuidad de ciertas identidades de carácter local y de naturaleza étnica, debió haber logrado en alguna medida un mayor acercamiento de los pueblos de la región que venimos tratando bajo una política que comprendió la difusión de un idioma común como es el quechua, una política fiscal y redistributiva centrada en el Cusco así como la priorización del culto solar que promovería al Sol no como único, pero si tal vez como deidad principal.

En nuestra próxima estrega continuaremos revisando los sucesivos procesos históricos que continuaron configurando y consolidando esta realidad integradora de la que Arequipa, indudablemente, ha sido, y eventualmente sigue siendo, una de sus grandes protagonistas.

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