El Papa es infalible, ¿sí o no?

En muchas ocasiones los papas han sido tergiversados en sus declaraciones. El problema ha sido especialmente frecuente en este pontificado.

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo
Filósofo

Aunque algún lector pensara que a esta pregunta se le puede responder con un monosílabo, resulta que la cuestión no es tan simple. Si nos referimos a que el Santo Padre es, por cierta gracia de estado conferida en el Cónclave donde fue elegido y a partir de ese momento, un hombre impecable e incapaz de fallar en algo; no.

Si nos referimos, en cambio, a que el Papa posee una gracia especial que lo asiste por sobre todo y en toda circunstancia, de manera que todo lo dicho por él es verdad y dogma; tampoco. ¿Entonces? El Sucesor de Pedro sí posee, sin embargo, la infalibilidad que se declaró en el Concilio Vaticano I y que ahora vamos a clarificar:

¿Invento moderno?

Es muy común escuchar que el dogma de la infalibilidad papal fue un invento moderno que nunca antes se había defendido. Nada más lejos de la realidad. Cualquiera que lea el famoso capítulo cuatro de la Constitución Dogmática Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I, de 1870, podrá atestiguar la inmensa cantidad de demostraciones que existen de que la Iglesia siempre creyó y sostuvo la infalibilidad petrina.

En todo caso, podríamos afirmar que este documento, en vez de entronizar la figura del Papa, lo que hizo fue colocarla en su sitio o, como quien dice, ‘cuadrarla’. Lo que hizo el Concilio Vaticano I fue clarificar y delimitar esta infalibilidad.

“El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro […] define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres”, explica el documento.

Es decir, no es que la infalibilidad ‘sea’ del Papa, sino que este la ‘posee’, pues es la que Dios quiso que la Iglesia tuviera, ahí cuando dijo “y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). ¡Es la Iglesia la que goza de infalibilidad y el Papa, como roca sobre la que se funda, la posee para delimitadas y específicas cuestiones!

Las opiniones

Solo en doctrina de fe y costumbres, que es la moral, goza el Santo Padre de esta asistencia divina. Es decir que si opina de política, economía, educación o sobre su equipo favorito de fútbol, no es infalible. E incluso si menciona en alguna conversación personal algún tema de doctrina o moral, tampoco ahí lo que diga estará necesariamente sujeto a infalibilidad porque no estará siendo realizado ex cathedra, por muy categóricamente que lo afirme.

Esto no es limitar la potestad del Santo Padre, sino reconocer la realidad que Cristo ha dado a su Iglesia. Además, este reconocimiento se dio en un momento histórico clave. Hemos de tener en cuenta que para 1870 no existía ni siquiera la radio, y que lo que el pueblo de Dios conocía del Papa era todo por escrito, con toda la revisión literal que eso implica.

Una necesidad

En la actualidad, que diariamente en todo el mundo nos enteramos de lo que el Santo Padre dice nada más despertar y justo antes de acostarse, sujeto a cansancios, preguntas sin contexto y demás desventuras; la especificación dogmática de la infalibilidad pa-pal es, cuanto menos, de total necesidad.

Imaginemos si tuviéramos acceso a todas las declaraciones de aquellos sucesores de Pedro de los que, por historia, conocemos sus licencias y desvíos personales. Hay que distinguir lo que dice un Papa a título personal de lo que la Iglesia formula de modo universal.

A fin de cuentas, la misión del Primado Petrino es la de confirmar en la fe al pueblo de Dios, es decir, preservar y, si es necesario, clarificar la doctrina; pero no crearla ni renovarla. Confirmar en la fe es reconocer la Verdad que ha sido plenamente revelada en Jesucristo y que vamos descubriendo en este valle de lágrimas, donde “vemos como en un espejo” (1Co 13,12).

Esto es, que no se trata de que el Papa sea creativo y que no falla en su creatividad porque la realidad se amolda a lo que él diga; sino, de que esta Verdad que es Cristo mismo encuentra su formulación correcta por medio de la voz de su vicario, que es el Papa. La Iglesia no puede producir una afirmación opuesta a su naturaleza. No es que porque algo lo diga la Iglesia entonces es verdad, sino que porque algo es verdad entonces lo dice la Iglesia.

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