El mito de la Ciudad Blanca (Parte II)

El ‘blanqueamiento mental’ influyó mucho en la construcción de esta denominación

A lo largo del periodo colonial, la ciudad de Arequipa fue experimentando un proceso de ‘blanqueamiento mental’.

Durante el virreinato, los arequipeños se registraron como españoles porque así se consideraban y exigían ser tratados como tales.

Víctor Condori

¿Cómo se accedía a la condición de ‘español’ en Arequipa durante el virreinato? Una posibilidad sería, como señalan algunos historiadores locales, la compra de certificados de ‘limpieza de sangre’. Este mecanismo fue no pocas veces utilizado en la época virreinal por individuos de oscuros orígenes que buscaban acceder a algún puesto o cargo en la administración colonial.

Sin embargo, para que esta versión sea coherente con aquella realidad, deberían considerarse miles de estos documentos tramitados y cuya certificación tendría que hallarse registrada en los archivos de la ciudad (regional, municipal y arzobispal). Pero, lamentablemente, tales archivos solo dan cuenta de muy pocos casos, lo que nos lleva a suponer que tal vez este no fue el camino más utilizado para acceder a tan importante estatus.

Otra explicación la extraemos de los testimonios dejados por nuestra conocida Flora Tristán, quien en 1834 afirmaba que “en el lenguaje aristocrático del país se llama blancos a aquellos cuyos ascendientes no son indios ni negros”. Pues según había observado, dentro de la sociedad arequipeña había señoras “que pasaban por blancas, aunque su piel fuera de color canela porque su padre era nativo de Andalucía o el reino de Valencia”. En otras palabras, según Tristán, muchas personas que no eran realmente blancas asumían dicha condición por el solo hecho de tener progenitores españoles.

Lamentablemente, al revisar los testamentos de diversos vecinos arequipeños tenidos como ‘españoles’ en el siglo XVIII, se pudo comprobar que la mayoría de ellos eran hijos de padres nacidos en la ciudad o sus alrededores y en hogares bastante humildes.

Todo ello nos llevó en última instancia a consultar un importante trabajo realizado por la historiadora norteamericana Sarah Chambers, De súbditos a ciudadanos. Honor, género y política en Arequipa 1780-1850. En dicho estudio, la historiadora asegura que en Arequipa “las clases populares rechazaban las pretensiones casi exclusivas que las élites tenían hacia el honor y decidieron usar la conducta y el estatus como la norma para relacionarse entre sus pares”.

‘Blanqueamiento mental’

En opinión de Sarah Chambers, las estrechas relaciones entre los diferentes grupos conformantes de la sociedad arequipeña alentaron a los pobladores ubicados en los estamentos más bajos a asumir los mismos derechos, jerarquía y estatus de aquellos que ocupaban las posiciones más privilegiadas; y no solo eso, trataron de comportarse como tales, de llamarse como tales y exigir que se les reconociera de la misma manera, tanto formal como legalmente, en los juicios, testamentos y censos.

Sin embargo, este fenómeno de ‘blanqueamiento mental’ no fue exclusivo de la ciudad de Arequipa, sino todo lo contrario. Así lo entiende el historiador Jaime E. Rodríguez, para quien, durante el siglo XVIII en las ciudades hispanoamericanas, “la población fue definiéndose cada vez más en términos de clase social y no por su ascendencia racial”. Además, señala que esta fue una época caracterizada por el tránsito de la antigua sociedad, ordenada en estamentos socio-raciales, a una sociedad de clases, en la que poco importaba el origen étnico.

Ahora, si efectivamente estamos frente a un fenómeno bastante extendido en esta época, entonces, ¿por qué no se presentó de la misma manera en otras ciudades del Perú e incluso de Hispanoamérica? Como, por ejemplo, en Lima, que en 1792 tenía 52 627 habitantes, con 18 047 españoles, que representaron solo el 32 % de la población, en comparación con el 71.4 % de Arequipa.

Frente a un problema tan profundo como este, la explicación tendremos que buscarla ya no en el siglo XVIII, sino mucho más atrás, en las décadas posteriores a la fundación de la ciudad de Arequipa. Y fue el maestro Nicolás Sánchez-Albornoz quien proporcionó algunas luces.

“La población fue definiéndose cada vez más en términos de clase social y no por su ascendencia racial”. Jaime E. Rodríguez

La cantidad de vecinos registrados como ‘españoles’ en Arequipa no se observó en otras ciudades del virreinato.
Al margen del color de la piel, los arequipeños se registraron como españoles porque así se consideraban y exigían ser tratados como tales.

Una singular inserción social

En un breve pero significativo trabajo sobre Arequipa a principios del siglo XVII, Sánchez-Albornoz señala que inicialmente la población indígena de la ciudad fue bastante considerable; empero, en pocos años empezó a disminuir a causa de las enfermedades traídas por los españoles, los terremotos y las fugas masivas, “así como [por] el cambio de eje de las rutas comerciales en el sur andino”.

Para contrarrestar tal reducción poblacional, expresada en una aguda falta de mano de obra, las autoridades recurrieron al método de atraer poblaciones indígenas de regiones como Moquegua, Puno o Cusco.

Estos migrantes llegarían en calidad de forasteros, vale decir, indios libres y, a diferencia de los mitayos o de los indios de comunidades, “no se intercalaron dentro del viejo marco socioeconómico”, tampoco acudieron a emplearse en el servicio doméstico como ocurrió en Lima, sino que se dedicaron a actividades más libres y emergentes, como el artesanado. Esta última actividad resultó ser muy atractiva y rentable en una ciudad como Arequipa, donde la “tradición artesanal era aún débil” pero muy necesaria dadas las continuas reconstrucciones que se hicieron a causa de los violentos terremotos de 1582, 1600 y 1604.

La concurrencia de todas estas singularidades le dieron a la nueva población indígena de la ciudad una mayor libertad de movimiento, de relación con otros grupos sociales, así como un frecuente intercambio de usos y costumbres con la población española. Tales conductas sirvieron a la postre para acortar las distancias sociales y culturales que separaban en Arequipa a los naturales de los peninsulares. En palabras de Sánchez-Albornoz: “Arequipa se blanqueó, sobre todo mentalmente, al desistir de mantener a los forasteros aparte”.

“En el lenguaje aristocrático del país se llama blancos a aquellos cuyos ascendientes no son indios ni negros”. Flora Tristán.

Una particularidad muy arequipeña

En definitiva, esta condición de forasteros o indios libres les proporcionó mayor movilidad tanto económica y social como cultural, así como un acercamiento más estrecho con las élites españolas locales. Lo que se tradujo con el tiempo en una apropiación de formas y modos de comportamiento similares, no solo en el idioma y el vestido, sino, sobre todo, en relación con el estatus y el honor.

Estos comportamientos se fueron lentamente consolidando hasta desembocar en la adopción de una nueva categoría social: la española, que durante el siglo XVIII se reflejó de manera impresionante en los censos o visitas.

Aun cuando en el siglo XVIII el fenómeno de ‘blanqueamiento mental’ se dio en las principales ciudades hispanoamericanas, en ninguna alcanzó la magnitud que tuvo en Arequipa, donde el 71.4 % de la población urbana fue registrada como española.

Aunque es muy probable que para los arequipeños de la época colonial la categoría de ‘español’ tuviera connotaciones simplemente sociales, en el siglo XX y aún en el XXI, la nostalgia por los tiempos pasados, la masiva migración andina y el fuerte sentimiento de orgullo local  irán reconvirtiendo dicha categoría en una característica racial de aquella lejana población, en una sustancia vital para el surgimiento de un mito moderno, el de la Ciudad Blanca.

“Arequipa se blanqueó, sobre todo mentalmente, al desistir de mantener a los forasteros aparte”. Nicolás Sánchez-Albornoz.

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