El gran fantasma rojo: Adiós a mi concubina

Es la primera película china en ganar la Palma de Oro, en el Festival de Cannes.

César Belan

Hace 53 años, un 12 de agosto, el Comité Central del Partido Comunista Chino se reunió para tratar lo que luego se conocería como la Gran Revolución Cultural Proletaria o comúnmente llamada Revolución Cultural china. En esta cita, se dio paso a una de las campañas ideológicas más radicales en toda la historia de la humanidad, solo comparable con las emprendidas por Pol Pot en Camboya.

Encabezada por Mao Tse Tung, una maniobra inicialmente política en contra del ala más conservadora del partido —conocida como la Banda de los Cuatro, encabezada por Deng Xiaoping— hubo de tornarse en un descomunal movimiento liberado por bases populares y juveniles que escapó del control de los dirigentes que la iniciaron.

Lo que pretendía ser la afirmación de la ortodoxia proletaria y campesina se convirtió en una sangrienta cacería de brujas que no solo cobró víctimas entre los más grandes líderes e intelectuales comunistas, sino que atacó, buscando anular con furia desenfrenada, la tradición milenaria de ese gran país.

Grandes turbas de los llamados ‘guardias rojos’, fanáticos jóvenes del entorno de Mao, asaltaron grandes monumentos históricos, cientos de templos budistas y taoístas, la propia tumba de Confucio y los antiguos palacios imperiales. La destrucción cultural y la campaña de culto a la personalidad que Mao hacía de su persona son la evidencia de una verdadera ‘edad oscura’ en pleno siglo XX.

Disciplina y desamparo

Veintiocho años después, en 1993, un prolífico realizador chino, Chen Kaige, daría cuenta de una parte de este infausto capítulo en la historia de su país y del mundo. Adiós a mi concubina (1993) presentará la historia de dos pequeños huérfanos que fueron acogidos en casa de un maestro de arte dramático chino.

Según los tradicionales cánones de este arte, las mujeres no podían dedicarse a la actuación, lo que implicaba que alguno de los personajes masculinos debía travestirse para ejecutar fielmente su representación.

Es en ese escenario que surge la amistad entre Xiaolou y Dieyi, una relación que se hará intensa producto de la férrea disciplina de la academia y el desamparo emocional al que fueron sometidos; relación que también, muchas veces, cambiará de tenor y se volverá compleja debido a la metamorfosis de Dieyi, encargado de los roles femeninos.

Esta obra no pretende acusar las tradiciones del gran país amarillo. Todo lo contrario. A pesar de lo incomprensible que pudieran ser sus prácticas y usos, Kaige rescata la tradición elevando al plano de lo sublime la técnica y la maestría de la ópera china, cuyos fragmentos gozaremos en franco asombro.

Los protagonistas

Es digna de destacar en el filme, además de la soberbia actuación de los protagonistas Leslie Cheung y Zhang Fengyi, la espléndida puesta en escena. Se filtrará, pues, por la pantalla una herencia cultural muy rica, cuyo parangón encontraremos en las magníficas representaciones teatrales. El ritmo y el curso de secuencias imprimirán un preciso dinamismo a todo el filme. Mención aparte merece el guion que atañerá una época difícil y aún no superada de la historia reciente de China.

Kaige resulta, pues, portavoz de la ‘quinta generación’ de directores chinos, núcleo cinematográfico que con mirada crítica y en consonancia con un pueblo en constante evolución valora y reinterpreta su pasado.

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