El exorcista, o acerca de la crisis de la Iglesia

César Belan

La década de los setenta fue un período duro para la Iglesia católica en su jerarquía, clero y fieles, en especial en Estados Unidos. Es posible establecer que en los países en que son minoría, los católicos tienden a tornearse más conservadores que en donde el catolicismo es la religión oficial o goza de amplia aceptación; quizás por la necesidad de afirmar una identidad —especialmente frente a las Iglesias protestantes— que sostenga el culto en aquellos lugares donde se ha padecido —o se padece— segregación o persecución.

Por ello, para muchos católicos norteamericanos (país donde son minoría) la coyuntura posterior al Concilio Vaticano II debió ser perturbadora, entre otras cosas, por igualar un modo de ser de los protestantes; de esta manera se puede comprender cómo en los EE. UU. existe un buen número de prestigiosos grupos católicos conservadores, marcándose una significativa diferencia con respecto al resto del mundo.

También es interesante recordar que los Estados Unidos fue el país más golpeado por la reciente crisis moral de la Iglesia; comprobándose en esa región del planeta la mayor cantidad de casos sobre pederastia y clero homosexual, muchas veces amparado por la jerarquía eclesial. No es, pues, sorprendente que en este caótico escenario de mediados de los setenta se desarrolle El exorcista, excelente cinta de William Friedkim.

La película

De esta cinta podemos resaltar, en la parte técnica, su pertinente y cuidada fotografía. El manejo de los tonos por parte del realizador y la compleja composición de los ambientes son insuperables, brindándonos así un cuadro tétrico enmarcado en sobrias secuencias de profundo impacto.

En el filme se destacan también los contrastes: entre los espacios abiertos y cerrados, cálidos y fríos; y una cuidada escenografía en que la exageración no ha perturbado la puesta en escena. La musicalización es también impactante por el pertinente uso de los silencios y de la banda sonora compuesta por Jack Nitzsche y John Crumb.

En suma, El exorcista es una magnífica película que, además de poseer una cautivante cinematografía, está elaborada bajo pautas muy simples, pero a la vez eficaces; pautas que realzan la terrible historia que narra. No por nada está considerada como una de las obras maestras del género.

Algo más

Pero esta película es mucho más que una película de terror: es el testimonio de una época. Ella nos introduce a la historia del sacerdote jesuita Damien Karras, quien además de su ministerio se desempeña como psiquiatra de la diócesis. De él se apodera el abatimiento espiritual y la crisis de fe acentuada por su labor de consejero de los demás sacerdotes.

Pero en él se advierte un dolor más profundo procedente de la contradicción existente entre su vocación sacerdotal y las pautas de su oficio médico; en él pareciera emerger el desasosiego propio de la imposible comunicación entre ambos planos.

A todo esto se suma una aguda incomprensión de su familia ante su vocación y los sacrificios que esta exige (su tío le reprocha porque su madre agoniza en un manicomio por no tener los medios para internarla en un hospital, aunque los tendría él si abandonara el sacerdocio), lo que lo suma en la desolación y el sentimiento de culpa.

Una elaborada metáfora sobre lo ajena que resulta la vida sacerdotal en los parámetros del sistema liberal, y cómo los valores que la inspiran resultan cada vez más incomprensibles por contraposición a los dictados de la modernidad; algo que sería inimaginable en períodos históricos tales como la Edad Media o el Renacimiento.

El culmen del desasosiego llega cuando Karras es convocado a realizar un exorcismo, práctica que le desconcierta y que le parece fuera de lugar por su condición de médico. Enfrentarse a sus miedos —sean personificados o no como el demonio— lo lleva a enfrentar de una vez por todas su aparente adaptación a la mentalidad moderna de su fe, con toda la carga ‘irracional’ que ella contenga.

Estamos, pues, ante una película macabra, no por los efectos especiales o la insinuación de la posesión diabólica (muchas películas tienen la misma trama y solo caen en el ridículo), sino por el grave contexto en el que se desarrolla, el de una atroz desesperanza. Sin embargo, la película —a pesar de lo que muchos piensen— tendrá un final feliz, donde la reconciliación y la fe prevalecerán en ese clima —tan bien ambientado por Friedkim— de total desconsuelo.

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