El cine a través de los ojos del cine: Django

La calidad del filme hace que el director pueda encaramarse a los hombros de los mejores.

César Belan

Para Quentin Tarantino (un verdadero fiel de la ‘religión del celuloide’ desde cuando era un simple empleado en una tienda de videos), transformar el mundo tal y como lo conocemos, reescribiendo la historia desde sus muy particulares ficciones, se ha convertido en un verdadero apostolado del séptimo arte.

Sin dejar de lado su particular gusto por el gore y los filmes serie B que tanto han influenciado su cinematografía, en varias de sus últimas películas Tarantino aborda dos tragedias que ensombrecen la faz de la humanidad: el nazismo y la esclavitud. Frente a ambos, el pragmático e inocente despachante de la tienda de videos propone una solución alternativa, un final feliz como aquellos de los que se ha nutrido tantas veces frente a la pantalla.

El wéstern

Al final de la Primera Guerra Mundial, con los ojos de Europa puestos en los Estados Unidos, la opinión común que se tenía de los americanos era de gente tosca de maneras, primaria y vital, cuya naturalidad y frescura despertaban la admiración y, no pocas veces, la envidia de unos europeos agobiados por el peso de su refinamiento y tradición.

Es así que aquella llaneza encuentra su mejor correlato en Tarantino, un cineasta genuinamente americano, que ha sabido llevar más allá de sus posibilidades al género arquetípico de los Estados Unidos: el wéstern; manteniendo así plenamente viva una tradición y una forma de ver el mundo.

Calidad

Con Django Unchained (2012), Tarantino golpeará la médula misma de la esclavitud con su particular héroe, un esclavo libertado por un dentista cazarrecompensas, quien se convertirá en “un negro en cien mil”, aquel que es capaz de desafiar tan salvaje institución.

En Django —como en muchas de sus anteriores películas— las alusiones se convierten en verdaderos homenajes: ya desde el inicio disfrutamos de un comienzo típico de spaghetti westerns, con las amplias tomas del desierto norteamericano que tanto gustaban a Leone, cuyas películas eran coronadas por la formidable música de Ennio Morricone.

Todo eso y más confirmarán que lo único que pretende Tarantino es dialogar con los grandes del séptimo arte, aquellos que en muy subjetiva clave lo movieron a hacer cine. Esto, sin duda, da una clara muestra de la calidad del filme con el que nos topamos, uno que está impulsado únicamente por la humilde ilusión de encaramarse a los hombros de los mejores.

Revancha

Pero a Tarantino hay que verlo más allá del buen trabajo que realizó con Django. Ya en Unglorius Bastards (2009), el muchacho de Knoxville se cobra una revancha con uno de sus más grandes mentores e influencia indiscutible en todas sus películas.

Si Sergio Leone reformó el wéstern sacándolo de la pira de lugares comunes en que se consumía luego de su periodo de gloria gracias a John Ford y compañía, también italianizó de manera sarcástica los arquetipos norteamericanos, llegando a reconstruir en The good, the bad and the ugly (1966) ni más ni menos que un escenario de la Segunda Guerra Mundial (acordémonos de los campos de concentración, las ingeniosas torturas, los asedios formidables en posiciones inexistentes de la Guerra de Secesión que se pretende llevar a la ficción).

Tarantino tuvo pues, hace algunos años, la oportunidad de cobrarse esa ‘deuda’. Y si de un wéstern Leone hizo un filme bélico de la Segunda Guerra Mundial, él hizo de este un wéstern, con ‘pieles rojas judíos’ que le quitaban el cuero cabelludo a los nazis. Nada mejor para un maestro que ser superado por su travieso alumno.

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