El Brexit y una Europa “deseuropeizada”

Javier Gutiérrez
Fernández–Cuervo

Tenemos café sin cafeína, té sin teína, leche sin lactosa, caramelos sin azúcar, cerveza sin alcohol, personas sin sexo biológico y, claro, ¿cómo no?, también nos hemos acostumbrado a una Europa descristianizada. Todos conocemos la diferencia entre el café y el café descafeinado: saben prácticamente igual, pero uno te mantiene despierto y el otro no.

Entonces, ¿cuál es la sorpresa de que una Europa ‘deseuropizada’ acabe traicionándose a sí misma? ¿Nos sorprende el Brexit? Un edificio no se sostiene por su fachada, sino por sus pilares. Si los dos pilares de la cultura occidental son la filosofía griega y la moral judeocristiana, hacía ya mucho tiempo que la construcción de la soñada Europa se había quedado sin fundamentos.

Profético

Ya el Papa Benedicto XVI lo aseveró incansablemente ante diversos públicos. En un extracto del discurso a los participantes en unas jornadas de estudio sobre Europa organizadas por el Partido Popular Europeo en el 2006 lo dijo así: “En la actualidad, Europa debe afrontar cuestiones complejas, de gran importancia, como el crecimiento y el desarrollo de la integración europea, la definición cada vez más precisa de una política de vecindad dentro de la Unión, y el debate sobre su modelo social”.

En otro momento, el hoy Papa Emérito, señaló: “Para alcanzar estos objetivos, será importante inspirarse, con fidelidad creativa, en la herencia cristiana que ha contribuido en gran medida a forjar la identidad de este continente. Valorando sus raíces cristianas, Europa podrá dar una dirección segura a las opciones de sus ciudadanos y de sus pueblos, fortalecerá su conciencia de pertenecer a una civilización común y alimentará el compromiso de todos de afrontar los desafíos del presente con vistas a un futuro mejor”.

Es decir, que sin identidad cristiana Europa se desintegraría, perdería su vecindad, su dirección y su compromiso. El Papa ha dejado en claro que Europa sin cristianismo no es Europa. Lo que en un inicio pretendía ser una Unión socio-político-cultural en virtud de una tradición y principios comunes, hoy se presenta como un cúmulo de naciones relacionadas que se sostiene por una fachada sin cimientos: una taza de agua con colorante marrón y saborizante amargo que ni te despierta ni se le puede llamar ya café descafeinado. El Reino Unido no se separa de Europa, porque ya antes Europa se había separado de sí misma.

Sin cimientos

La Unión Europea que conocemos hoy no es la que se originó el siglo pasado bajo la corona de doce estrellas mariana. El relativismo moral y lo políticamente correcto han vaciado de contenido esta bandera. La reducción de la religión al ámbito privado ha demolido las columnas sobre las que se construyó.

El Reino Unido lo único que hace con el Brexit es cristalizar la fachada, dejando ver un edificio sin cimientos y edificado sobre arena.

Rectificar

Pero entonces, ¿toda Europa está destinada a sucumbir? No. Europa está destinada a sucumbir o a rectificar. Sus últimos dos hijos rebeldes, Polonia y Hungría, quizás estén marcando la dirección que podría redimir a la Unión Europea. Son constantes sus rebeliones frente a lo políticamente correcto. Sus desafíos a las comisiones europeas destinadas a promover la ideología de género y el aborto en el continente son cada vez más categóricos. Estas dos naciones pueden ser una esperanza de que Europa retorne a sus raíces.

Si la marcha del gigante británico puede significar algo positivo para la Unión Europea es la posibilidad de que otros países hoy relegados tengan mañana más presencia, voz y voto. Lo que se puede derrumbar se puede reconstruir.

Si Europa surgió tras dos guerras mundiales, este vacío actual puede ser rellenado nuevamente con los cimientos que le son propios. Europa puede retornar a sí misma y ésta es su única opción. Si no, el lobo de la media luna soplará y la casa de los cerdos se la llevará el viento.

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