Dos caras, una sola moneda: Silencio y Hasta el último hombre

Ambos directores son católicos, pero tienen una mirada muy distinta en cuanto al tema de defender las creencias.

César Belan

¿Cuánto importan las convicciones —especialmente las religiosas— en el mundo de hoy? Tenemos ante nosotros una pregunta importante, impostergable y vigente, pero que a la vez se nos hace difícil y en muchos casos molesto responder.

Ya desde sus inicios, la Modernidad viene poniendo en tela de juicio visiones del mundo que pretendan ser absolutas o totalizadoras. Regodeándose en la incertidumbre, el liberalismo condenó y condena cualquier pretensión excluyente de verdad de los diferentes credos y doctrinas, y en especial del cristianismo.

Se atacó y se sigue atacando a la religión. Además de acusarla de ser la fuente de ignorancia y superstición por antonomasia, se la ha hecho culpable de gran parte de la violencia, el odio y la división que ha azotado a la humanidad, aparentemente todo a causa de la defensa irreductible de inútiles creencias.

Sabemos que por todo medio se quieren silenciar las manifestaciones religiosas en occidente (también en el Perú), descalificando a priori cualquier opinión que tenga por base un criterio religioso.

Y, bueno, como no podía ser menos, estas pugnas también se han proyectado en la pantalla. Estos tiempos turbulentos han dado a luz dos filmes que muy bien pueden dar cuenta de la coyuntura. Ambos, rodados por católicos —cada uno a su estilo—, de muy buena factura y de impacto mediático, pueden echarnos una mano para hacer un análisis de circunstancias.

Scorsese fallido

Silencio es la última cinta del afamado director ítalo-americano, Martin Scorsese. Adaptada de la novela de Shusaku Endo, y ambientada en el siglo XVII, el filme relata la historia de la persecución religiosa sufrida por los misioneros jesuitas en el Japón bajo el shogunato de Tokugawa.

Sin embargo, el tema es simplemente un pretexto para abordar el drama existencial del ser humano frente a la fe, como lo hubiera hecho en películas anteriores: La última tentación de Cristo (1988), Kundun (1997) o incluso en Mean Streets (1973). Scorsese, católico en el sentido cultural, o ‘a su manera’, como se suele denominar últimamente, es un claro ejemplo de la lucha interna por conciliar los valores de la tradición cristiana con los de la modernidad.

Lucha fallida por cierto, pero no por eso menos hermosa. Más allá de las torpes y sesgadas críticas de personajes como Carlos Boyero (del diario El País) que cuestionan el filme por abocarse a una temática religiosa, coincidimos con muchos que la cinta resulta fallida.

Scorsese, ciertamente desgastado con los años, nos ha venido presentando películas cuyo sentido cinematográfico y temático se diluye, ofreciéndonos una —muchas veces inconexa y efectista— explosión de imágenes. El caso de Silencio es un ejemplo, ya que la profundidad psicológica que hubiera podido tener la película se convierte en algo tedioso y malogrado.

Crítica católica

Por otro lado, vale la pena resaltar la polémica que ha despertado la cinta. En diversos ambientes han surgido voces de aclamación y crítica sobre su contenido. Mientras que literatos católicos de la talla de Juan Manuel de Prada la han elogiado resaltando la complejidad y la humanidad de la película, y señalando que ella “muestra el combate de la fe en circunstancias de sufrimiento extremo”, un gran número de conocedores la han calificado de apología de la apostasía, ya que en general la trama discurre en cómo se puede ser fiel a Dios, ayudar a la comunidad y traer bien a los tuyos, negando la fe.

Sin dejar de tener en cuenta las palabras de De Prada, nosotros nos alineamos con la segunda posición, entre las que destaca la del crítico de cine, Mons. Robert Barron, quien recomienda tener cautela con las ‘lecciones’ que se puedan extraer de la película, enfatizando la ambigüedad problemática del filme. No obstante dicha ambigüedad, se pueden leer unos mensajes muy claros y sugerentes que palpitan entre líneas.

Se hace evidente que mucho del trasfondo de Silencio, o lo que podríamos denominar los ‘beneficios de la apostasía’ o de una religión más que discreta, está en consonancia con los parámetros de esta seudopastoral católica que corresponde más a los intereses liberales.

La película parece responder a esa línea cada vez más fuerte en la Iglesia católica, que pretende adaptarse a los parámetros de un mundo contrario a ella, para así confundirse y disolverse en el pensamiento dominante.

Toda la trama parece indicar que se debe sacrificar la creencia por algo —aparentemente— de mucha más importancia: la ‘convivencia pacífica y feliz’. Por otro lado, la ambigüedad con la que algunos pastores tratan de tocar los dogmas de la fe para ‘adaptarlos’ a los tiempos —sin que abiertamente se proclame un cambio sustancial— para así deformarlos hasta que quepan en los deseos de las masas, es equivalente a la ambigüedad que parece ser el punto fuerte y el talón de Aquiles de la cinta en cuestión.

Gibson, de sus cenizas

En las antípodas de Silencio, encontramos una película también realizada el 2016: Hasta el último hombre, dirigida por el polémico y tantas veces detestado por Hollywood, Mel Gibson. Cineasta muy conocido por su militancia religiosa, y acusado por muchos de cerril e intolerante —acordémonos que fue acusado de antisemita por La Pasión de Cristo y por su afiliación a grupos católicos tridentinos—, Gibson había sufrido una mala racha con sus últimas películas, las cuales no habían tenido impacto en la taquilla ni en la crítica.

Sin embargo, Hasta el último hombre ha redimido la deuda que tenía este realizador, considerándose como un éxito por los muchos expertos que la han juzgado. Ganadora de dos premios Oscar en su reciente edición, la película se presenta sólida, efectiva y cautivadora. Conjuga hábilmente lo mejor del filme bélico —en toda su crudeza y dolor— con un preciso toque de humor e intimismo.

Historia real

Hasta el último hombre nos acerca a la historia de Desmond Doss, un adventista objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial, quien se convirtió en un héroe en Okinawa al salvar a numerosos hombres de su sección, mientras soportaba el ataque japonés.

Antes de registrar su nombre en la historia, Doss tuvo que soportar terribles vejámenes, injusticias y soledades por su condición de creyente. Fiel a su fe, el recluta se negó sistemáticamente a portar un arma durante la batalla, deseando únicamente participar en la conflagración como camillero.

Las barreras burocráticas, el prejuicio de sus compañeros, el desprecio de sus superiores, y hasta las censuras de su familia llevarían al límite su deseo de sacrificarse por su país, siendo siempre presionado —abierta o veladamente— a que renuncie en su empeño. Afortunadamente, Doss pudo cumplir su meta a cabalidad, apoyado justamente en las creencias que todos despreciaban o tildaban de absurdas o radicales. Hasta el último hombre es pues un filme contracorriente.

En él se busca ensamblar valores mal tenidos por muchos como el patriotismo y la fe, que son en buena cuenta los blancos principales de las películas de la propaganda antibélica. Así, el destacar la importancia de las creencias religiosas, más allá de la opinión general, resulta verdaderamente audaz.

Finalmente, un curioso dato: mientras que Silencio fuera estrenada en la Ciudad del Vaticano —sin tener luego mayor resonancia mediática—, la cinta del confesional Mel Gibson recibiría el espaldarazo del gran público. Debemos preguntarnos luego: ¿quién es el verdadero heterodoxo?

Mel Gibson dirigió Hasta el último hombre.
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