La pieza faltante

Por María Bohórquez Díaz
Estudiante de Arquitectura y Urbanismo – UCSP

Es increíble como todo sucedió tan rápido, el virus, la pandemia, un alterador de partículas y la dichosa Yakare. Yakare es la ciudad en la que hemos estado viviendo este último año y me cuesta un poco creer como todos parecen haberse adaptado a la perfección, como si no fuera mucho que el Gobierno nos haya ocultado la existencia de una ciudad altamente avanzada, con tubos transparentes que cumplen el rol de autopistas y paneles luminosos en edificios tan grandes que dan la impresión de tener a Tokio bajo el agua. Y como si una bomba no hubiera destruido los organismos vivientes inferiores a las plantas hace un tiempo. Porque sí, en un intento fallido de erradicar el virus, eliminaron también a los insectos y bacterias necesarias para las plantas y el sistema biótico en general, las pocas que sobrevivieron son debidamente monitoreadas en la universidad por un grupo de científicos del que formo parte.

Me siento a esperar el transporte y como de costumbre, observo la cicatriz en mi antebrazo izquierdo que me dejó ese día, se trata de una suerte de líneas aleatorias causadas por una salpicadura de agua de cactus, la cual no es normalmente ácida, pero lo fue en los milisegundos que duró la explosión; aquello no era para nada normal y traté de encontrar una respuesta, pero a los pocos días nos llevaron a nuestros nuevos hogares y ahora no puedo hacer experimentos con libertad. Mientras recordaba los hechos, llega el primer vehículo que empieza toda la travesía, primero nos llevan a una base para registrar nuestra salida, cuando llegamos a la superficie vuelven a corroborar esa lista y nos meten a todos a un enorme auto blindado, dentro nos dan los respiradores, que son cascos de vidrio inteligentes que cubren toda tu cabeza y tienen un sistema de purificador de aire. Nos lo dan ahí porque cerca al mar la contaminación es casi nula, el viaje dura tres horas y cuando ves que el cielo se torna gris, es porque hemos llegado.

El ingreso a la universidad no es diferente de los controles anteriores, todo es debidamente monitoreado y en los laboratorios siempre hay un militar en la puerta, al parecer el de hoy es nuevo y por alguna razón no para de mirarme. Trato de ignorarlo hasta que lo pierdo de vista al llegar la hora de la merienda. Cuando volvemos al laboratorio, el guardia de antes ha desaparecido y en su lugar está el que siempre nos acompaña. No pasa mucho tiempo antes de que me sienta mareado así que me dirijo al baño, y eso es lo último que recuerdo.

Cuando despierto sé que no estoy en mi habitación en Yakare, ni en el laboratorio. Es más bien un garaje de fábrica y es de noche. Entro en pánico al instante en el que me percato de las personas a mi alrededor, no veo sus rostros hasta que se acercan lo suficiente hasta la hoguera en frente mío. Son personas normales, como yo, pero no llevan un casco como el mío, solo una pañoleta que cubre su nariz y boca. Uno de ellos (al parecer el líder) se acerca y me muestra un mapa, toma mi brazo izquierdo y deja a la vista mi cicatriz, a continuación, la toca delicadamente y veo que el mismo patrón de líneas en mi brazo se iluminan en el mapa. De pronto veo movimiento en la multitud y todo el mapa se ilumina.

Tengo muchas preguntas, pero no soy capaz de formular alguna.

—Al fin te encontramos.

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