China contemporánea en los ojos del cine (I)

El séptimo arte nos acerca a la historia del gigante asiático

El último emperador, una famosa película que nos permite conocer parte de la historia del gigante asiático y que nos trajo el virus que tanto daño nos sigue ocasionando.

César Belan

Desde inicios de año, China nos ha merecido más atención que de costumbre. Primero fueron las señales de alarma sobre un virus que apareció en el lejano Wuhan, luego cuando todos comenzábamos a preocuparnos, escuchamos en todos los medios de comunicación las recetas orientales para manejar la epidemia (las que se hicieron oficiales por obra y gracia de la OMS) y a la vez algunas promesas respecto a una temprana vacuna.

Cuando el COVID-19 se irguió como una amenaza planetaria, China fue «tendencia» una vez más frente a los más poderosos gobiernos mundiales, que reclamaron al gigante su responsabilidad en la “creación” o propagación del virus. Últimamente estamos también pendiente de ella, cuando escuchamos cómo países del tercer mundo –como el Perú– vienen extendiendo las manos a los jerarcas chinos en busca de asesoría, donaciones y un buen proveedor de pruebas, medicamentos e implementos médicos (que las más de las veces se adquieren mediante contratos oscuros y por encima del precio de mercado). 

Así las cosas, parece que vamos a escuchar de China más a menudo y por buen tiempo. Por eso vale la pena saber un poco más de la historia de esta nación milenaria, sobre todo de los cambios que sufrió en el pasado siglo XX. Propongo por ello una lista de películas que nos ayudará a conocer un poco más a ese país tan deslumbrante como misterioso.   

Contratos desiguales y guerras del opio

La historia reciente de China es una de injusticias y decadencia. El otrora “Imperio Celestial” que deslumbrara a los europeos y que se mantuvo en pie por milenios, caería como un coloso de pies de barro, bajo la expansión imperialista europea del s. XIX. 

En 1820, cuando nuestra nación recién se independizaba, China fue inundada por el opio producido en la India británica. Mercaderes ingleses se hacían millonarios a costa de miles de personas reducidas a la adicción. El emperador decidió tomar cartas en el asunto y en 1839 hizo efectiva una serie de edictos prohibiendo el contrabando de esta sustancia. 

Esto no gustó a los ingleses quienes bajo diversas excusas, declararon la guerra a China, sometiéndola rápidamente. La conclusión fue que el comercio de opio se incrementó, destruyendo la mente y la libertad de miles de chinos, además que se debió ceder la isla de Hong Kong a Gran Bretaña. Esta guerra está muy bien descrita por la película china The opium war (1997). 

Sin embargo, esto solo fue el inicio del fin. A la primera Guerra del Opio, le seguiría la segunda, en 1856, en la que se sumaron los franceses. Pronto varias partes de China estarían bajo el dominio extranjero, donde además se llevaba a cabo un comercio desventajoso para los chinos. El imperio no podía hacer frente al abuso europeo y cayó en desprestigio. 

Las ideas soberanistas harían eco entonces en la juventud china. En 1900 una sociedad secreta que practicaba artes marciales como el kung-fu, proyectó un levantamiento contra los extranjeros. Se trataba de la Sociedad de la justicia y la concordia. Sus miembros exaltaban el pensamiento tradicional chino a la vez que rechazaban con violencia todas las ideas occidentales. Pronto iniciaron ataques contra embajadas, misioneros y comerciantes. 

Finalmente, la propia dinastía Qing se implicaría en la lucha, desencadenando una guerra abierta contra todas las potencias occidentales, llamada Guerra de los boxers (boxeadores). Denominación dada por los ingleses a los miembros de la sociedad quienes utilizaron las artes marciales en la lucha, a falta de armas. El clásico film 55 días en Pekín (1963) de Nicolas Ray versa sobre este levantamiento, desde una particular visión supremacista europea.  

El fin de un imperio

Las sucesivas derrotas de la dinastía Qing, pérdidas territoriales y la firma de vergonzosos tratados comerciales arruinaron la imagen del emperador. Esto sumado a la irrupción de ideas occidentales como el nacionalismo y el republicanismo moderno, llevaron a la debacle del Imperio Celestial. 

En 1912 un jovencísimo emperador llamado Pu-Yi, quien ascendió al trono con solo dos años, sería depuesto por la naciente República China. Este personaje será sobre el que versará la magnífica película de Bernardo Bertolucci, El último emperador (1987), ganadora de 9 óscares, incluyendo mejor película. 

El artífice intelectual de la primera República China fue el médico Sun Yat Sen. Desde los Estados Unidos lideraría un movimiento –el Kuomintang– que terminaría llevando a cabo una rebelión en 1911 en la ciudad de Nankín. Ella dio lugar a la primera República China. Luego de triunfar el levantamiento, el país se sumiría en el caos. Solo el suroeste del país estaría bajo el gobierno de la república recién proclamada. El resto de la nación oriental estaría bajo las órdenes de jefes militares que actuando como reyezuelos, sometían a la población a su voluntad. 

Después de la caída del Imperio Celeste, la anarquía, la anomia y el caos se posarían sobre China durante casi cuatro décadas. La épica revolución de Sut Yat Sen es objeto de una película propagandística y conmemorativa del Gobierno chino, puesto que la actual República Popular se reclama heredera de esa revolución. Hablamos de 1911 (2011), protagonizada por Jackie Chan y Jet Li.

En un próximo artículo proseguiremos nuestra revisión cinematográfica sobre la historia china contemporánea, desde la invasión japonesa de 1937 hasta la Revolución Cultural. 

Salir de la versión móvil