Camino de Santiago: tradición, quimera y realidad

Finalmente, toda peregrinación es una hermosa analogía de nuestro caminar hacia el encuentro definitivo con Dios, nuestra salvación.

Javier Gutiérrez Fernández–Cuervo

Siendo este un artículo conclusivo es necesario realizar un breve recorrido por los puntos expuestos en los textos precedentes. Lo que estamos investigando aquí es el origen del Camino de Santiago. Al respecto, primero vimos el relato de la tradición católica, que cuenta cómo llegó el cuerpo del Apóstol a Galicia, cómo fue descubierto siglos después y cómo se fue consolidando la respectiva peregrinación.

Continuamos con la antítesis. Recurrimos a la historia para ver si esta tradición era más una quimera y nos encontramos con que la mayoría de las teorías al respecto carecen de suficiente fundamento histórico, pero que, sin embargo, un texto de Aristóteles nos demuestra que ya antes de Cristo se hablaba del camino heracleo que, se puede entender, llegaba al extremo occidental de Galicia. La cuestión ahora, por tanto, es procurar una conclusión lo más cercana posible a la realidad que la razón y la lógica pueden comprender.

El fin del mundo

Santiago quería ir hasta el fin del mundo y encontró un camino que iba hacia allá. Teniendo en cuenta que era pescador y que lo motivaba el deber apostólico y no la aventura, es normal pensar que, ante tamaña misión, preguntara a quien supiera: “Disculpe, ¿por dónde se va al fin del mundo?”, y siguiera la ruta ya existente. En todo caso, él quería ir al fin del mundo, no descubrir el camino hacia este.

Además, si Dios es providente y quería que un pescador llegara al fin del mundo, ¿no tiene sentido pensar que suscitara antes a otros aventureros para hacerle más accesible la ruta? Incluso sería justificado inferir que cuando se dio la Creación, Dios diseñara el mundo y la Vía Láctea específicamente para motivar esto: la difusión del mensaje de Salvación Universal. ¿Para qué creó el mundo sino para salvarlo?

Camino ¿de Santiago?

Sin embargo, lo que sucede aquí es que el Camino de Santiago no es el camino que hizo Santiago, sino el que hacen los peregrinos hacia la tumba del Apóstol, que no tiene por qué ser el mismo.

Es más, las múltiples rutas hacia Compostela lo declaran con evidencia: el Camino de Santiago no es uno solo, porque no es una ruta para seguir las pisadas del Apóstol de modo material, sino que es el camino hacia una meta, y esta es la tumba en Galicia, partiendo desde muy diferentes puntos.

Adicionalmente, la meta es diversa no solo a nivel formal sino también geográfico, porque una ruta iba hasta la costa del fin del mundo y el Camino de Santiago no. Si la intención hubiera sido la de apropiarse del camino precedente, hubieran puesto los restos del Apóstol en pleno acantilado, no en medio de un bosque para perderse por siglos a casi cien kilómetros de distancia de Finisterre.

Por lo tanto, así sea más por casualidad que por continuidad que algún peregrino compartiera camino con algún antiguo druida, las razones de la peregrinación son diferentes, y la meta también. Así que no son el mismo camino.

La salvación

Quizás se entiende mejor así: si quiero peregrinar a Jerusalén para ver el Gólgota, es normal que siga un camino que ya existe. Es más, seguramente iré en un avión, seguiré unas carreteras más viejas que yo y, en última instancia, caminaré por donde pasaba una calzada romana porque, ¡qué gran revelación!, cuando nació Jesús ya había calzadas romanas hasta Tierra Santa.

Sin embargo, ni ese avión ni esas carreteras ni las mismas calzadas romanas se crearon con la finalidad de ir a ver el peñón del Gólgota, sino por razones de comunicación humana. Por tanto, si yo peregrino al punto de la Crucifixión y si peregrino a la tumba de Santiago, por mucho que el camino coincida con otros viajes de diversas finalidades, no estoy apropiándome de nada: estoy haciendo algo nuevo, con una meta diferente y un sentido nuevo.

Así que no nos queda razón alguna para sostener, basados en la realidad, que el Camino de Santiago era un camino precristiano que la Iglesia, en su afán de hacerse con la cultura universal, se apropió convenientemente.

Más bien, lo que esta reflexión puede generar en un corazón abierto a la verdad es la maravilla de encontrarse con que quizás Dios diseñara el universo mismo pensando ya en que tú y yo podamos participar de una peregrinación que nos acerque más a Él. Porque mientras que algunos tendrán ojos pero no verán, y orejas pero no oirán, a nosotros lo que se nos pide es que abramos nuestros oídos para oír, que entonces oiremos.

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