Bryce o la infancia traicionada

Desde las primeras páginas, uno ve que la sensibilidad del niño va a ser traicionada, que todo le va a doler, que está en medio de un mundo despiadado y frívolo…

José Manuel Rodríguez Canales

No he leído mucho a Bryce. Solo cuatro novelas y algunos cuentos. Pero pienso que lo único que realmente vale la pena es Un mundo para Julius. Allí se define el drama de fondo de la vida del escritor, que es, como siempre, la savia de donde se nutre todo lo que escribe.

Un mundo para Julius es una novela hondamente dramática. Me atrevo a decir que trágica. En el sentido de lo inevitable. Desde las primeras páginas, uno ve que la sensibilidad del niño va a ser traicionada, que todo le va a doler, que está en medio de un mundo despiadado y frívolo, que el carrusel de apariencias, complejos, miedos y taras de la aristocracia limeña terminará por aplastar lo mejor de él, lo más noble, lo más vivo.

El autor intenta decir que no importa, que es algo de risa, que son cosas de niños, que no se puede ir por ahí buscando ser bueno, queriendo a la servidumbre, pensando bien de todos, siendo inocente. Intenta pero no lo logra. Y no lo logra porque en el fondo no lo quiere. Creo que lo que quiere es gritar. Veo un contexto de abandono y tres grandes explosiones en la novela, tres grandes cargas de decepción que terminaron por demoler el edificio de la infancia de Julius, y la hicieron estéril.

El abandono
El abandono es paterno y materno. El primero es por la muerte. Pero una muerte sin duelo ni recuerdos. El papá nunca existió en su conciencia. El segundo es mucho más doloroso, Susan, “linda”, su mamá, vive distraída, dulcemente escapada del sufrimiento, tibiamente cómoda, alejada del dolor, elegantemente drogada para evitar pensar realmente en la muerte. Y hay dos muertes: la de su esposo y la de su hija. Y el que más sufre con esta distracción, con esta presencia perfumada y ausente es justamente Julius.

El dolor
Ahora las cargas. La primera es la muerte de Cinthya, la delicada y protectora hermana, su primer gran vínculo, la que lo comprende porque lo quiere de verdad, con intuitiva incondicionalidad de hermana. La atmósfera en la que aparece es siempre de seguridad y bondad para con este niño de sensibilidad tan grande como nerviosa.

La segunda es la traición a su sensibilidad religiosa. Aquí la figura de la monjita Agnes es fundamental, otra gran mujer solidaria. El desayuno posterior a la Primera Comunión es el momento más fuerte de esta ruptura. El humo del tabaco es lo que trae todo por tierra. Humo que simboliza el despiadado egoísmo y la sensualidad de los adultos.

La tercera es la pérdida de Vilma, convertida en prostituta. Era su ama de infancia, la “chola hermosa” que lo quería como nadie, convertida ahora en juguete sexual de la adolescencia podrida de su hermano.

Infancia

traicionada
Al final, saco como conclusión que la infancia no es solo una etapa de la vida, sino una actitud ante ella, una base desde la que se juzga todo, una raíz que madura hasta dar frutos llenos a su vez de fecundidad humana. La infancia, cuando es traicionada, se esteriliza y se convierte en un recuerdo mortalmente triste. Será por eso que Bryce no puede vivir sobrio.

 

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