La llegada de Bolívar al Perú

El Libertador arribó al país en medio de una anarquía que agudizaba la crisis política, tras el retiro de San Martín

La Entrevista de Guayaquil, marcó el fin del Protectorado de San Martín y sentó las bases para la llegada de Bolívar al Perú.

Víctor Condori
Historiador

La Entrevista de Guayaquil

El encuentro más celebrado de las mayores figuras de la Independencia, San Martín y Bolívar, se produjo a fines de julio de 1822 y es conocido por la historiografía contemporánea como la “Entrevista de Guayaquil”. Sin embargo, no se trataría de un acto protocolar o de una amistosa reunión entre dos viejos camaradas de armas; sino por el contrario, de uno de los acontecimientos más determinantes y decisivos dentro del largo proceso de separación política de las antiguas colonias españolas de América.

A pesar de su importancia, no se conocen detalles relacionados a las conversaciones entre estos personajes, debido, entre otras razones, al carácter secreto de las principales reuniones. No obstante ese aparente vacío, los hechos posteriores revelarían algunas cuestiones básicas. Por ejemplo, que el tema principal podría haber girado en torno a la necesidad de terminar la guerra en el Perú y también, acerca de quién debería dirigir la campaña final.

En consecuencia, al comprender que ya no podía ser esa persona —de regreso al Perú— el general San Martín tomó la decisión de retirarse definitivamente del escenario político andino, dejando el camino libre, aunque no allanado, para el arribo del libertador caraqueño. Empero, su llegada tardaría varios meses en consumarse.

Primeros ensayos de un gobierno autónomo

A los pocos días de la salida del protector del Perú, Simón Bolívar desde su residencia en Guayaquil, ofreció enviar unos 4000 soldados adicionales —meses antes había ordenado la salida de una fuerza auxiliar de 2300 efectivos al mando del general Juan Paz del Castillo—, con el objetivo de ponerle punto final a la guerra de Independencia en los Andes.

Muy a pesar de sus intenciones o intereses, en octubre de 1822, una Junta Gubernativa que había reemplazado en sus funciones al protector cesante, rechazó de plano aquel ofrecimiento, señalando de manera enfática que, en ese momento, lo que verdaderamente necesitaban eran sólo “cuatro mil fusiles”.

Lamentablemente, para el futuro político del Perú, en los siguientes doce meses de gobiernos nacionales, el caos administrativo y los intereses partidistas dentro del territorio liberado, que incluía Lima y los departamentos del norte, trajeron consigo y de manera irremediable, la anarquía y el faccionalismo; muy a pesar, de los denodados esfuerzos realizados por el presidente José de la Riva Agüero, quien en escasos cuatro meses, trataría de construir un nuevo Estado sobre bases nacionales y, a través de su posición política, asumir definitivamente la dirección de la guerra.

El principal problema que enfrentó la breve administración rivaguerina, estuvo relacionado a los permanentes choques y desencuentros con el Poder Legislativo, representado por el Congreso Nacional y encabezado por el sacerdote arequipeño Francisco Xavier de Luna Pizarro. Enfrentamientos que llegarían a su punto más álgido durante la ocupación de la ciudad de Lima por fuerzas realistas en junio de 1823.

Refugiados en la fortaleza del Real Felipe del Callao, Ejecutivo y Legislativo, prácticamente se declararon la guerra. En el ínterin, el Congreso destituyó a Riva Agüero y este, en actitud de rebeldía, se retiró de Lima junto a un grupo de diputados adictos; y contando con el apoyo incondicional de la armada nacional, se dio maña de establecer un gobierno paralelo en la ciudad de Trujillo. Al final, aquella duplicidad de gobiernos no hizo más que agudizar la ya insoportable crisis política dentro del bando patriota.

La llegada de Bolívar al Perú

¿Qué hacer para superar la situación? El Congreso Nacional establecido en Lima, amparado en cierta base legal y una más urgente necesidad, aprobó el envío de una delegación integrada por el huamachuquino José Faustino Sánchez Carrión y el guayaquileño José Joaquín de Olmedo al puerto de Guayaquil, para invitar personalmente al Libertador a venir al Perú.

Durante ese tiempo, el general caraqueño, que para entonces ostentaba el cargo de presidente de la Gran Colombia, y a cuyo Congreso debía solicitar autorización y posteriormente recursos materiales y humanos, se había informado de la situación del Perú, gracias a los detallados reportes y cartas que recibía de algunos agentes y colaboradores ya instalados en tierras peruanas, como el general Antonio José de Sucre.

Este importante militar venezolano, mano derecha y amigo personal del Libertador, había llegado meses antes a Lima, al mando de una fuerza auxiliar de 3000 soldados, como parte de un tratado de colaboración firmado en marzo de 1823, entre los representantes de los gobiernos peruano y colombiano.

Dicho tratado establecía que, el país del norte debía proporcionar 6000 soldados, mientras el gobierno peruano, se comprometía no sólo, a cubrir los gastos de transporte, manutención y equipamiento de esas tropas, junto a sus respectivos salarios; sino incluso, a reemplazar de manera permanente las bajas por muerte o enfermedad, con soldados nacionales.

Así las cosas, a principios de septiembre de 1823, Simón Bolívar hacía su ingreso por las calles de la capital, y en medio de un estado de celebración, marcado por la algarabía de las clases populares y cierta expectación, en la aristocracia y donde, no podían estar ausentes las principales corporaciones de la opulenta Ciudad de los Reyes. Ahora, más allá del ambiente festivo, la situación militar y política del país a fines de 1823, era por lo demás bastante delicada.

La situación política del Perú

Las fuerzas realistas encabezadas por el virrey José de la Serna, luego del abandono de Lima en julio de 1821, se hallaban instaladas en la sierra central y sur del territorio, teniendo como nueva capital a la ciudad del Cuzco. Hasta fines de 1823, este ejército conformado por soldados reclutados mayormente en el Perú y oficiales peninsulares fogueados en las guerras napoleónicas, lograría cosechar importantes triunfos sobre varias expediciones militares patriotas (Puertos Intermedios), que con gran expectativa habían sido organizadas y financiadas por los primeros gobiernos independientes.

Desafortunadamente, la situación en la capital no sería muy halagüeña. Bolívar se encontró con una sociedad bastante compleja, diversa y políticamente dividida; y por si fuera poco, enfrentada en facciones o partidos, “y todos de traidores”, denunciaría el Libertador, “unos por Torre Tagle, otros por Riva Agüero, otros por los españoles y muy pocos por la Independencia”.

Tal situación, era completamente diferente a aquella con la que se encontró San Martín en el momento del desembarco de la expedición libertadora en las costas de Paracas y así lo señalaría también, Daniel Florencio O’Leary, amigo personal y edecán de Bolívar.

“Mucho habían cambiado las cosas. En aquel tiempo era general en todo el Perú la decisión por la Independencia y el entusiasmo de sus habitantes al ver a sus libertadores fue tan grande como eran abundantes los recursos de este rico país. San Martín no tenía más que venir, ver y vencer; vino, vio y pudo haber vencido; pero la empresa era quizá superior a sus fuerzas o al menos así lo creyó; vaciló y al fin la abandonó. Cuando el Congreso cometió a Bolívar la salvación de la República, le entregó un cadáver”.

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