Bolívar y su política educativa en Arequipa

La aparente postergación a las necesidades educativas de la élite arequipeña se debió a la perniciosa gestión del prefecto Francisco de Paula Otero

Diego Thompson (1788-1854), educador escocés, gran promotor del sistema educativo lancasteriano en América del Sur, en 1822 llegó al Perú invitado por San Martín.

Víctor Condori
Historiador

Bolívar y el sistema lancasteriano

Desde sus primeros discursos, como aquel dirigido al Congreso de Angostura en 1819, estuvo muy presente en el pensamiento bolivariano, la función que debía cumplir la educación de los pueblos, como base de la moral y de la construcción de una ciudadanía virtuosa y comprometida con los problemas de la patria; una educación, según afirmaba Bolívar “que juzgue de los principios de corrupción, de los ejemplos perniciosos; debiendo corregir las costumbres con penas morales, como las leyes castigan los delitos con penas aflictivas”.

Era también conocida, la admiración que rendía el Libertador caraqueño hacia el educador inglés Joseph Lancaster, creador de un sistema pedagógico muy popular durante esa época; al punto de que, como presidente de la Gran Colombia lo invitó a visitar ese territorio ya independiente y posteriormente, en una carta escrita en marzo de 1825, ofreció pagarle de su patrimonio “veinte mil duros para que sean empleados en favor de la instrucción de los hijos de Caracas. Estos veinte mil duros —le aseguraba— serán entregados en Londres por los agentes del Perú”.

Convencido entonces, de “que el sistema lancasteriano es el único método de promover pronta y eficazmente la enseñanza pública”, apenas concluida la Independencia, en enero de 1825, Bolívar en su condición de Dictador del Perú, dio un decreto que ordenaba el establecimiento de una escuela normal “según el sistema de Lancaster”, en todas las capitales departamentales; siendo los prefectos, en común acuerdo con las autoridades municipales, los encargados de organizar y proporcionar los respectivos fondos.

Tratándose de un método de “enseñanza mutua”, el decreto establecía que, de cada provincia debía mandarse por lo menos seis niños a la escuela principal de su capital, a fin de recibir educación y una vez concluida la instrucción, estos mismos muchachos, ahora como maestros, debían encargarse de difundir sus enseñanzas, “en la capital y demás pueblos de su provincia”. Antes en 1822, bajo el protectorado de San Martín se había creado en Lima, la Escuela Central Lancasteriana que estuvo a cargo del educador escocés y alumno de Lancaster, James (Diego) Thompson.

Políticas educativas en Arequipa

Una de las primeras medidas relacionadas a la realidad educativa de los departamentos del sur, fue una circular enviada por el Libertador a los prefectos de Puno, Cuzco y Arequipa en mayo de 1825, donde les solicitaba un informe pormenorizado de todas las instituciones educativas existentes en cada una de sus respectivas capitales, tanto sobre las escuelas de primeras letras, como aquellas de carácter científico y literario; asimismo, sobre “sus constituciones, estado y método de enseñanza, las reformas y ventajas que puedan recibir o el método de establecerlos donde no los haya”.

Con relación al departamento de Arequipa, existían en esos años unas cinco escuelas de primeras letras, algunos colegios conventuales pertenecientes a las órdenes religiosas para la formación sacerdotal, un colegio de señoritas (Educandas), el Seminario Conciliar de San Jerónimo y una institución cultural fundada durante la guerra de Independencia (1821), la Academia Lauretana de Ciencias y Artes.

En resumidas cuentas y como en muchas otras ciudades del Perú, la educación formativa en Arequipa estaba restringida mayormente a las élites y para alcanzar un título universitario, muchas familias debían enviar a sus hijos a estudiar a Lima, Cuzco, Chuquisaca o incluso, Europa.

Precisamente, a fin de sacar el mayor provecho del talento de los peruanos, el gobierno de Bolívar dispuso en mayo de 1825, el envío de 10 jóvenes becados de entre 12 y 20 años a Inglaterra; para que puedan aprender allí, “las lenguas europeas, el derecho público, la economía política y cuantos conocimientos formen al hombre de estado”.

Pero, ¿entre quiénes se seleccionaría a los futuros becados? A decir de las autoridades y del contenido de la disposición gubernamental, los jóvenes serían elegidos entre los más destacados por su talento natural, “aplicación y buena conducta”.

Según lo distribuido, cuatro jóvenes provendrían de la ciudad de Lima, dos de Trujillo, dos del Cusco y dos de Arequipa. En relación a esta última, los seleccionados fueron, José Gutiérrez de la Fuente (hermano menor del prefecto) y Francisco Rivero. Ambos becarios, se embarcaron con rumbo a la Gran Bretaña en octubre de 1825, a bordo del bergantín inglés Wellington.

De manera paralela, como una especie de premio consuelo para los “menos afortunados”, unos meses después, el Libertador ordenaría la selección de otros dos jóvenes menores de 25 años, “que reúnan el talento, la aplicación y aptitudes”, para que sean enviados hasta su cuartel general en Bolivia, a fin de ponerlos de inmediato bajo la dirección y enseñanza de su antiguo maestro Simón Rodríguez, quien había sido nombrado por su distinguido pupilo, “Director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y de Artes y Director general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana”.

Instituciones educativas bolivarianas

La política de promoción de la educación formativa y superior de parte del Libertador durante su breve gobierno, fue bastante notable y por demás significativa, siendo responsable directo de la creación de numerosas instituciones, muchas de las cuales se han mantenido hasta la actualidad; como por ejemplo, la Universidad Nacional de Trujillo, el Colegio de la Independencia y Convictorio Bolívar de Lima, el Colegio Nacional de Ciencias y el de Educandas del Cusco, el Colegio de Ciencias de Puno, el Colegio San Simón de Moquegua, entre otros. En la mayoría de casos, la creación se hizo por decreto y estando Bolívar presente en tales localidades.

Sin embargo, a pesar de haber residido durante casi un mes en la ciudad de Arequipa (del 12 de mayo al 10 de junio de 1825), haber legislado sobre diversos aspectos relacionados al gobierno del Perú, recibido grandes homenajes, recepciones y banquetes; no se conoce ningún decreto o resolución a favor de la creación de alguna institución educativa en particular.

El único detalle al respecto, fue un donativo entregado al colegio de señoritas Educandas, merced a un discurso que dos niñas le ofrecieron a su llegada, acompañado de un importante donativo, de joyas y dinero, que las alumnas habían reunido por su cuenta.

Por tanto, el único documento que existe refiriéndose vagamente a alguna institución educativa, es una carta enviada desde la ciudad de Puno por el secretario de Bolívar, el arequipeño Felipe Santiago Estenós, al prefecto del departamento Antonio Gutiérrez de la Fuente, con fecha 6 de agosto de 1825, donde a la letra dice lo siguiente:

S.E. el Libertador…me manda decir a US que, reuniendo a individuos de la municipalidad, de la Academia y otros ciudadanos honrados, proponga US los establecimientos de ciencias y artes, salubridad pública y demás que contribuyan al adelantamiento y felicidad del departamento; asimismo quiere S.E. que se propongan también los arbitrios y fondos para la subsistencia de aquellas, ya sea en la misma capital ya en las demás provincias.

El resentimiento del Libertador

Esta aparente postergación o menosprecio a las necesidades educativas de la élite arequipeña por parte del Libertador, no fue ninguna casualidad, sino una decisión alevosamente premeditada. Así, se puede deducir del contenido de la mencionada carta, donde Estenós afirmaba, “el Libertador que tiene como objeto la felicidad de los departamentos, jamás ha olvidado el de Arequipa”. Y a continuación explica las razones.

Según el secretario, ello se debió a cierta situación que indignó al Libertador y lo indispuso con los vecinos de Arequipa. ¿Qué situación fue esta? Básicamente, la perniciosa gestión que había realizado el entonces prefecto del departamento coronel Francisco de Paula Otero y por la que fue reemplazado a los pocos meses por Gutiérrez de la Fuente. Quien, sin ninguna autorización, había nombrado para distintos cargos en el gobierno local a vecinos e intelectuales arequipeños, muchos de ellos pertenecientes a la Academia Lauretana y otros, al antiguo partido de los realistas españoles.

Lo peor e imperdonable para la confianza dolida del venezolano, era que muchos de esos intelectuales, con la anuencia del prefecto Otero, habían venido actuando con escandalosa autonomía, cuestionando su persona y oponiéndose a la política oficial.

En definitiva, si la carta en mención sólo proponía vagamente el establecimiento de instituciones de ciencias y artes, además de salubridad pública ¿a quién se debe el surgimiento del Colegio Nacional de la Independencia Americana y de la Universidad Nacional de San Agustín? Que, dicho sea de paso, fueron inaugurados varios años después de la salida del Libertador.

Como en circunstancias anteriores —la puesta en funcionamiento del departamento, de la Corte Superior, de los puertos de Quilca e Islay, del muelle de Arica, de las milicias urbanas, del sistema de correos, de la Junta Departamental, del proyecto Vincocaya, del Cementerio General, de un hospital militar y otras tantas— el verdadero artífice, promotor y casi patrocinador de las políticas bolivarianas en Arequipa, fue el destacado prefecto, general Antonio Gutiérrez de la Fuente. Claro está, en estrecha colaboración con la élite económica, social e intelectual de Arequipa.

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