Bolívar y los primeros movimientos autonomistas en Arequipa

Las primeras manifestaciones de autonomía regional y separación política respecto a Lima, surgieron en octubre de 1826.

General Antonio Gutiérrez de la Fuente (1796-1878), prefecto de Arequipa entre 1825 y 1828, nombrado por el Libertador Simón Bolívar.

Víctor Condori
Historiador

En muchos lugares del Perú, existen ciertas expresiones o actividades colectivas que se convirtieron en parte inherente de la identidad de una comunidad, sea esta un pueblo o una región, a pesar de tener un origen relativamente reciente. Entre los muchos casos, podríamos mencionar por ejemplo las denominaciones “Ciudad Blanca” o “República Independiente”, con las que se identifica habitualmente a la ciudad de Arequipa.

Pese a su contemporaneidad, tales expresiones resultan de gran utilidad para los historiadores, no tanto por el significado adquirido en tiempos recientes; sino, contrariamente, porque de forma manifiesta o solapada estarían revelando anhelos personales, comportamientos colectivos o situaciones particulares provenientes de épocas más antiguas, como los inicios de nuestra vida republicana.

En el caso específico de la denominación “República Independiente de Arequipa”, muchas personas tanto locales como foráneas, en tono de broma o con gran seriedad, suelen asociarla a factores tan diversos como el excesivo orgullo de los arequipeños por su tierra, como si fuera un país diferente; también, a la particularidad de sus costumbres y tradiciones; a la abundancia y suficiencia de sus recursos naturales y culturales; a la tradicional resistencia frente al dominio político de la capital y cuando no, a los distintos proyectos autonomistas o federativos, reales o imaginados, que tuvieron a la ciudad de Arequipa como su principal epicentro.

Autonomismo, separatismo y anticentralismo

Con respecto a los proyectos autonomistas, separatistas o independentistas de Arequipa y del sur del Perú en el siglo XIX y, como puede ser comprobado incluso, en esta reciente coyuntura política generada por una destitución presidencial, su origen estaría relacionado de un lado, con el rechazo al “injusto” centralismo limeño y del otro, a las “legítimas” aspiraciones o expectativas de las comunidades y grupos de poder regionales.

En relación a sus posibles orígenes, se suele tomar como punto de referencia, lo sucedido durante la nefasta Guerra del Pacífico, cuando en agosto de 1882 se instaló en la región el vicepresidente Lizardo Montero, quien a través de un decreto convirtió a la Ciudad Blanca, en la nueva Capital de la República, hasta la invasión del ejército chileno ocurrida el 29 de octubre de 1883. Sin embargo, este hecho no podría ser considerado un antecedente. ¿La razón? En aquella coyuntura tan particular, Arequipa no constituyó ni su élite buscó convertirse en un estado independiente y su elección como capital del Perú, recibida con notorio entusiasmo por su población, fue en realidad, el resultado de las vicisitudes políticas que nos tocó enfrentar a causa de la progresiva ocupación militar del territorio.

En tal caso, debemos remontarnos más atrás en el tiempo, hasta el periodo de la Confederación Perú-Boliviana; cuando Arequipa junto a los departamentos de Cusco, Puno y Ayacucho, lograría conformar una entidad política independiente de Lima y el norte del país, denominada Estado Sur Peruano (1836-1839), que llegó a contar, con su propia bandera, escudo, moneda y una capital, la ciudad del Cuzco.

Lamentablemente, pese a la relativa estabilidad política de esos años y al crecimiento económico experimentado por los departamentos del sur del Perú que, dicho sea de paso, resultaría bastante favorable a los intereses de un sector de la élite y población arequipeña; este ambicioso proyecto político, llegó a su fin a inicios de 1839, a causa de la intervención militar chilena, la derrota de las fuerzas confederadas y la posterior huida de su protector, el general boliviano Andrés de Santa Cruz.

“Dicen todos que en toda clase de reuniones y muy señaladamente en las que ha habido en casa de Usted, se ha repetido y celebrado la independencia de Arequipa y su separación de la unión nacional: que a este objeto se ha procurado ya adelantar los votos de los pueblos de afuera”:

Extracto de la carta del general Santa Cruz al prefecto de Arequipa (3 de noviembre de 1826).

Entre el federalismo y la autonomía

No obstante a la importancia histórica de la Confederación, las primeras manifestaciones de autonomía regional y separación política del departamento de Arequipa, con respecto a Lima, surgieron un poco antes, en octubre de 1826; vale decir, cuando no habían transcurrido ni siquiera dos años de vida independiente en la región. Dicho proyecto, fue ampliamente difundido en la ciudad y sus alrededores a través de dos panfletos anónimos, de gran impacto, el Zancudo Preguntón y el Compadre del Zancudo.

Entre los principales argumentos que se esgrimieron para justificar tales posiciones estuvieron, el rechazo al dominio de Lima, el empobrecimiento del departamento y el poco adelanto de su economía; debido, entre otras razones, a las continuas exacciones de dinero —unos 35 000 pesos mensuales—, que el departamento de Arequipa estaba obligado a enviar a la capital, con el fin de ayudar en los gastos del gobierno central y del ejército bolivariano. La autoría de dichos panfletos —quien firmaba con las siglas M. R.— al parecer correspondió al científico arequipeño Mariano de Rivero y Ustariz.

Por esa misma época, fue denunciado otro proyecto secesionista que buscaba más bien, separar a todos los departamentos del sur del Perú y en él, se encontraron comprometidas importantes autoridades políticas, como el prefecto de Puno, Benito Laso; el de Cusco, Agustín Gamarra y de Arequipa, Antonio Gutiérrez de la Fuente; este último, a decir de las comunicaciones que el general Tomás Heres enviaba al Libertador Simón Bolívar —ya de regreso en Colombia—, había convertido su vivienda en un centro de reuniones y conspiración, logrando comprometer a importantes personajes de la localidad.

La circulación de los mencionados papeles sediciosos y la formación de grupos secretos en el sur, coincidieron también, con el intento de Bolívar de establecer, por un lado, una federación entre Perú y Bolivia, y del otro, la aprobación contra viento y marea de la llamada Constitución Vitalicia. Con respecto a la Federación Bolivariana —que una década más tarde sería llevada a cabo por el general Santa Cruz— planteaba, la división del Perú en dos estados independientes y con Arequipa como capital del Estado Sur Peruano; pero —y aquí estaría el problema— obligaba la entrega de las provincias de Tacna, Arica y Tarapacá a Bolivia.

La resistencia a los planes bolivarianos

En esos tempranos años, el movimiento a favor de una federación con Bolivia no era suficientemente fuerte en la Ciudad Blanca, como lo sería una década más tarde; y aunque, algunos vecinos y propietarios no veían con malos ojos la posibilidad de ser capital de un Estado independiente, los intereses económicos que mantenían con las provincias de Tacna, Arica y Tarapacá ofrecidas en compensación a Bolivia, bien podrían explicar la cerrada oposición a este temprano proyecto federativo.

Finalmente, aunque las autoridades capitalinas, luego del retiro del Libertador, buscaron erradicar de cualquier forma aquellos perniciosos proyectos “anárquicos” asociados al separatismo departamental o federalismo supranacional; la inestabilidad política y la agudización de la crisis agrícola en la región, harían renacer entre las élites locales, los sentimientos y deseos colectivos a favor de la separación de Lima, para convertir al departamento de Arequipa en una “República Independiente” o, junto a las demás regiones surandinas, conseguir la ansiada federación con la vecina Bolivia. Transformada para entonces, en un país estable y ordenado, gracias al talento administrativo de su presidente, el general Andrés de Santa Cruz.

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