Banana Joe: corazón gigante y puños de acero

Banana Joe (Bud Spencer) es un simpático y bonachón comerciante de plátanos que vive amigablemente con los nativos de una pequeña isla del Caribe.

César Belan

La tan mencionada crisis política por la que atraviesa el país me trae a la memoria el título República Bananera, un apelativo que nos queda como pintado desde hace casi dos siglos.

Existe una película que puede definir mejor este peculiar tipo de nación. Es modesta pero bien lograda. En cada detalle podemos encontrar un mensaje que describe coherentemente a una República Bananera.

Se trata de Banana Joe (1982), clásico de las matinés televisivas de inicios de los noventa, que fue la delicia de toda una generación con sus grandes dosis de humor y de porrazos.

Dirigida por Steno (Stefano Vanzina), rodada en la selva colombiana e interpretada por Carlo Pedersoli (más conocido como Bud Spencer), esta película es una de las más memorables de un género caracterizado por la violencia ingenua y bufa, que la dupla de Bud Spencer y Terence Hill llevaría hasta su cima.

Bananera

Esta cinta ofrece algo más que los típicos héroes burlescos. Ante nuestros ojos discurrirán imágenes tan comunes como ridículas: oficinas públicas atestadas de gente esperando el fin de su trámite; funcionarios que inventarán requisitos innecesarios; el precio del banano será fijado por una carrera de camioneros, en la que la mafia del plátano pondrá una o mil trampas; operaciones financieras autorizadas por un jugoso soborno, siempre en contra de los intereses de la población.

Sin embargo, contrapuesta a estas pequeñas tragedias de cada día, la película resaltaría el carácter pacífico, alegre y desvergonzado de los habitantes de este caótico rincón en una suerte de alabanza a quienes viviendo de espaldas a la civilización gozaban de la inocencia primordial de nuestros primeros padres.

Un héroe

Joe, apodado Banana, será quien encarne a esta alma pura nacida en medio de la frondosa vegetación: un corpulento comerciante de plátanos que tiene por hijos a una pandilla de muchachitos abandonados. Él, al saber incautado su bote por presión de la mafia local, enfrentará la odisea de convertirse en ciudadano.

Así, —luego de ser detenido por no tener permiso de navegación fluvial; luego de ser rechazado en la estación policial por no tener documento de identidad, en la oficina del alcalde por no tener partida de nacimiento y en la oficina de registro civil por no tener partida de bautizo— buscará ser ‘alguien de papel’ acudiendo a la Iglesia, enlistándose en el ejército y obteniendo un trabajo ingrato mientras su familia vive estrecheces por no tenerlo cerca.

A pesar de las iniquidades sufridas, Joe quedará saciado de justicia luego de que, a mamporrazo limpio, se deshaga de parásitos gubernamentales y mafiosos de guayabera en uno de los desenlaces felices más gozosos de la historia del cine. Un final en el que por obra y gracia de la ficción quedamos vengados de las lacras del tercer mundo.

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