Arequipa: la ciudad más importante del Imperio español

La caleta de Quilca, en el pasado, fue el principal puerto de la región.

Víctor Condori

Hasta mediados del siglo XVIII, las dos ciudades más importantes del virreinato peruano fueron Lima y Cusco, la capital del antiguo Tahuantinsuyo. Sin embargo, a raíz de la apertura del comercio directo entre España y América en 1778, Arequipa comenzó a posicionarse como la segunda ciudad del virreinato, desplazando definitivamente a Cusco, hasta nuestros días.

Es más, antes que el régimen colonial llegue a su fin, la Ciudad Blanca se convirtió por algunos años en la más importante del Imperio español en América del Sur. Conozcamos a continuación los pormenores de este hecho.

Luego de la caída de la Capitanía General de Chile, en 1818; el posterior bloqueo del puerto del Callao, en octubre de 1820; y la toma final de la ciudad de Lima por fuerzas chileno-argentinas, en julio de 1821, la Intendencia de Arequipa se convirtió en el único punto de enlace y comunicación entre el Imperio español y el último virreinato de América del Sur.

Esta nueva situación de la ciudad, favorecida por las circunstancias de la guerra, alentó el arribo de un importante contingente de hombres de empresa y comerciantes provenientes de Lima, como Luis Herrera y Oliva, Manuel Marcó del Pont, Ambrosio Ibáñez, Francisco Luciano Murrieta y Juan Bautista Errea; y de otras partes de América, como Manuel Ranero Caballero de Chiloé y Lucas de Cotera de La Paz.

Y sobre todo del continente europeo, quienes se establecieron progresivamente gracias a permisos provisionales otorgados por las autoridades políticas locales.

Crecimiento comercial

Todo ello favoreció, de un lado, el crecimiento del comercio de importaciones para su comercialización a través de Arequipa en los mercados del sur del Perú y de la Audiencia de Charcas (hoy Bolivia); y del otro, el establecimiento de numerosas casas comerciales extranjeras en la ciudad, la mayoría de ellas procedentes de Inglaterra.

Para 1824, sumaban cerca de dieciséis casas comerciales en Arequipa y más de tres millones de pesos en inversiones, tanto en créditos como en propiedades. Así lo señala también John Wibel, un gran conocedor de la economía y la sociedad arequipeña de la época: “El enorme volumen de mercancías vendidas en Arequipa durante el periodo de emancipación y el rol de la ciudad como centro del comercio con Bolivia y el sur del Perú atrajeron comerciantes extranjeros a la región durante la Independencia”.

En este breve y singular periodo, las costas de Arequipa fueron visitadas frecuentemente por numerosas embarcaciones, tanto inglesas y francesas como norteamericanas, atraídas por la posibilidad de realizar lucrativos negocios.

Puerto de Quilca

Para el desembarco de sus voluminosas y variadas mercancías, también llamadas ‘efectos de Europa’, fue elegida la pequeña caleta de Quilca, ubicada a 180 kilómetros al oeste de la ciudad.

Curiosamente, a pesar de no contar con las condiciones materiales ni portuarias adecuadas para este fin, Quilca terminó convirtiéndose, a fuerza de necesidad, en el principal puerto de la región hasta por lo menos 1827, cuando fue reemplazado por el más competente puerto de Islay.

Tan elevados llegaron a ser los volúmenes de mercancías desembarcadas a través de este improvisado puerto que, en octubre de 1822, los vecinos Buenaventura Berenguel y Gregorio Vásquez, decididos a “pescar a río revuelto”, constituyeron una compañía a fin de convertir unas pobres barracas en amplios almacenes “para los cargamentos que traen a su bando las embarcaciones que tocan a dicho Quilca y depositan en las bodegas ellos”.

Ingresos aduaneros

Una de las consecuencias más importantes de este auge comercial se observó también en los ingresos aduaneros, en una época marcada por el colapso de las principales actividades económicas, de un lado, y el aumento en los gastos militares, del otro.

En ese sentido, la Caja Nacional de Hacienda de Arequipa experimentó durante aquellos años un crecimiento notable en sus ingresos por concepto de derechos de importación; así pasó de los modestos 9105 pesos, en 1821, a 18 824 pesos, en 1822, hasta alcanzar los increíbles 389 641 pesos, en 1824. Este monto fue superior, incluso, al obtenido en los primeros años de vida independiente, cuando tales ingresos apenas lograron bordear los 250 000 pesos.

Fin de la guerra

Sin embargo, como habría de suceder otras tantas veces en la historia del Perú, aquella prosperidad comercial resultó falaz. Al finalizar la guerra de la Independencia (1825), acabó también la bonanza económica junto con la privilegiada posición de la ciudad de Arequipa.

Después de este episodio, Lima volvió a ocupar su lugar preeminente, ahora dentro de la nueva República peruana. Los poderosos comerciantes de Arequipa, como Lucas de la Cotera y Francisco Luciano Murrieta, migraron a la península, y la economía regional tuvo que reorientarse en dirección a las necesidades del mercado internacional.

Algunas fortunas locales, labradas durante los años coloniales, comenzaron a languidecer lentamente al son de las políticas económicas cada vez más centralistas y los numerosos conflictos armados desatados por los caudillos militares.

 

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