Alegoría de la alegoría: El cisne negro

En Aronofsky, la oscuridad no significa ausencia de luz, sino rechazo de la misma.

César Belan

El arte descansa en la lógica de la representación del mundo material y del suprarreal: la representación del mundo de las ideas, del ámbito subjetivo y, muchas veces, la representación del propio arte. Reelaborar es, entonces, crear a pesar de que todo ya está creado. Es dentro de estas pautas que se nos ofrece Black Swan, cinta que reactualiza El lago de los cisnes, la pieza distintiva de la danza clásica.

Recreada desde coordenadas contemporáneas, las ansiedades y tragedias de los personajes de la obra —otrora imbuidas de romanticismo— encuentran en el filme un registro acorde a las exigencias del mundo actual, sin sacrificar aquel lirismo que empapa la obra de Tchaikovsky.

Dilemas existenciales

Enfrascados en un mundo hermético y competitivo, los dilemas existenciales de los personajes del ballet se desplazan a espacios cerrados y hostiles, fielmente retratados por Aronofsky, entre los que destaca la habitación de Nina, recinto profiláctico e infantil donde retumbaba con sordina la tensión sexual.

Esta imagen, exquisitamente interpretada por Natalie Portman, encuentra su correlato en la enfermiza dedicación al trabajo que ella representa, y que alude directamente a la cultura de competencia que inspira al mundo contemporáneo y en especial al anglosajón. Perfeccionismo que —como la inocencia— será también desbordado, irradiándose irremediablemente sensualidad y desenfreno propios de la ambición.

Conjugando excesos

De esta manera, corroboramos cómo, luego de abandonarse el ideal de la pureza propio del catolicismo (aquel que acarrearía desde el siglo XIX un ejercicio velado de la sexualidad de manera desbordada), se dio paso al ideal de “la santificación por el trabajo” tan característico de la lógica protestante. Paradigma religioso que, denunciando “la fascinación por la carne que poseían los católicos”, procuró alabar a Dios mediante el éxito y la fructificación de la tierra.

Black Swan, de esta manera, conjugará los dos ‘excesos’ del mundo contemporáneo; los que, por otro lado, estarán puntualmente personificados por el cisne negro, personaje dual que —como diría Zizek— representará el “resto oscuro que nos define plenamente”.

Redención

Sin embargo, el arte —con su mecánica de la representación y la recontextualización constante de la realidad— permitirá redimir el ‘desborde’ de las ansiedades modernas. Tal como en el ballet, el lírico desenlace transfigurará a Nina, conjugándose así dos planos antagónicos: el ideal de la perfección y el impulso del desequilibrio.

La muerte artística, figura por excelencia que equipara ambos ámbitos, será también alegorizada en Black Swan. La muerte representada en el ballet, desdoblada en aquella representada en el filme, y que a la vez aludirá a la muerte real, reactualizará el máximo ideal estético; rebatiéndose así, una vez más, la tesis de Derrida sobre la diferencia entre la muerte real y la artística.

El ya reconocido director de Pi (1998) nos regala, bajo estas premisas, una bella aproximación y reactualización del paradigma artístico y de la mecánica que lo impulsa íntimamente. El sistema de extensas y subdivididas metáforas creará una exquisita estructura alegórica que, cual juego de espejos cóncavos y convexos, reelaborará en toda su dimensión las imágenes que nos son veladas, como la de nuestro propio rostro.

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