1492: La conquista del paraíso

Gerard Depardieu interpreta a un Colón ‘moderno’, un tanto alejado de la imagen que históricamente se tiene del navegante.

César Belan

El 12 de octubre es para nosotros, los americanos, motivo de celebración de una polémica fecha. Aquel día, un nuevo mundo fue descubierto y desde ese momento la civilización, con sus bondades y defectos, hizo su tienda en los paradisiacos confines del orbe. ¿Inicio de una aculturación forzada, o epopeya de la fe y del mundo occidental? ¿Fecha funesta o favorable? El debate da para largo. Lo que sí sabemos es que la figura de aquella odisea también permanecerá envuelta en la controversia: elogiado y escarnecido correrá igual suerte que la travesía a la que dio a luz.

La película

En 1992 todo el mundo hispano celebró —cada cual a su manera— los 500 años del descubrimiento de América. Exposiciones, libros, seminarios, simposios. Nada era poco para celebrar los cinco siglos de presencia europea en nuestro continente. Es en esta coyuntura que el director inglés Ridley Scott, célebre por filmes como Alien (1979) y Blade Runner (1982), rodaría una película en la que daría cuenta de su particular perspectiva del protagonista de esta historia: Cristóbal Colón.

1942: La conquista del paraíso (1992) es una superproducción protagonizada por nada menos que Gerard Depardieu, Armand Assante y Sigourney Weaver. Filmada en Costa Rica, hará gala de una soberbia cinematografía, bellísimos y cuidados paisajes que serán el escenario ideal para la recreación de este viaje legendario. Junto a los bellos colores del mar Caribe y de la selva mesoamericana, apreciaremos el esplendor y la riqueza de la corte española, gracias a una refinada escenografía, vestuario y maquillaje.

La obra nos sumergirá pues, a fuerza de bellos matices, detalles y colores, en la Europa de finales del siglo XV. Mención aparte merece la música de Vangelis —recordado compositor de grandes bandas sonoras como la de Charriots of Fire (1981)— quien, a propósito de la música eclesiástica de aquel siglo, desarrollará melodías de fuerte impronta épica que se acomodarán perfectamente al filme.

¿Neutralidad?

Más allá de todo lo dicho, 1492 da para hablar mucho más: la obra de Scott no será, pues, una obra neutra. Si observamos con detalle, caeremos en la cuenta de que en toda la cinta se sostendrá la particular visión que de este hecho corresponde al mundo anglo.

Según la visión del director, Colón será luego un humanista revolucionario, ferviente cuestionador del poder de la Iglesia Católica y del sistema nobiliario. El intrépido y muchas veces inescrupuloso mercader genovés se asemejará, según el director, más a uno de aquellos colonos —que perseguidos por su fe, años más tarde emigrarían de la Inglaterra anglicana a un mundo de mayor ‘libertad’— que a un navegante de la época.

Luchador de las causas de los indígenas, entusiasta cultor de la ciencia, impulsivo paladín de la igualdad; el Colón de Scott no se asemejará en nada a aquel Cristophoro: santo heraldo de Cristo a este lado del globo, al que aludirá León Bloy en El descubridor; ni a aquel astuto marinero que —tal como leeremos en sus cartas— se encontraba más preocupado por los títulos y las riquezas y que, inclusive, llegaría a aconsejar a la colonia la reducción de la esclavitud de los naturales de las regiones descubiertas, en vista de la escasez de oro en sus tierras.

Este Colón ‘moderno’ —en todo el sentido de la palabra— será pues un descubridor muy a la medida de los paradigmas anglosajones, y se adecuará luego muy bien a sus intereses históricos y a su especial idiosincrasia.

1942, en suma, constituirá una bella cinta; como aquellas producciones del séptimo arte en las que el deleite visual alcanzará un elevado esplendor. Por otro lado, no deja de ser un filme fecundo (como sujeto de análisis, más que para la asimilación irresponsable) en tanto discurso; nos aproximará más a los prejuicios e ideales contemporáneos que a aquellos que acompañaban al hombre de hace cinco siglos. Imperdible.

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