Y después de la cuarentena qué

Juan David Quiceno
Profesor del Dpto. de Humanidades UCSP

Algunos piensan que después de la cuarentena todo volverá a la normalidad. Que después de pasar este trago amargo que ha dejado tantas perdidas y un largo periodo de aislamiento volveremos a la belle époque. Ya en las redes sociales muchos jóvenes están preparándose para volver a los brazos de la fiesta, muchos deportistas a los de las calles y gimnasios, y muchas empresas se preparan para recuperar el dinero perdido en estos tiempos.

Habrá que hacerse la pregunta: ¿es conveniente que volvamos a lo que hemos estado viviendo? La crisis del virus ha manifestado y seguirá manifestando grandes aciertos y enormes yerros en nuestras organizaciones sociales, que se convertirán en excusas o ejemplos suficientes para lograr los cambios esperados.

Pensemos por ejemplo en que el Estado ha manifestado la necesidad de recaudar impuestos para solventar el gasto público de primera necesidad con lo cual necesita promover una mayor formalidad en el sistema. Además, ha mostrado las falencias de sus sistemas de control y la anarquía que producen las ideologías de turno. Por otro lado, algunos gobiernos parecen cómodos con la situación de estado de emergencia, pues experimentan pocos impedimentos para tomar decisiones importantes incluso con la buena razón de proteger la ciudadanía.

También podemos traer a colación el modo cómo el sector bancario y las distintas industrias afrontarán el futuro. Es claro que ante el riesgo de la recesión y la continuidad de las políticas de aislamiento, muchos buscarán lo que consideran sanas alianzas con tecnología de punta (una clara beneficiada en todo este proceso). En mi opinión, la urgencia económica que experimentamos no nos debe llevar a asumir a la ligera los procesos de sistematización de la industria.

Seguramente algunos sistemas basados en inteligencia artificial y el inminente uso de internet de las cosas serán altamente útiles para muchas industrias, sin embargo, aun debemos debatir su conveniencia para el humano, sus implicaciones éticas y legislación política. Es claro que algunos de estos sistemas podrían sacrificar con demasiada facilidad la libertad personal en favor de supuestos bienes sociales como la seguridad nacional o la salud pública.

Por último, además de que no volveremos a ser los mismos después de estar encerrados o de perder a seres queridos, en conciencia, no deberíamos querer ser los mismos. Estamos demasiado acostumbrados a olvidarnos fácilmente de los malos momentos.

No se debe olvidar que este virus se ha propagado por inconsistencias éticas, por miedo a la caída del sistema económico, por la corrupción de nuestros estados que no gastan el dinero público en lo que deben y por la mala formación de nuestros pueblos. Hemos perdido el respeto por la autoridad, el pensamiento crítico está aminorado y no sabemos distinguir entre buenos y malos informantes y entre información constructiva o basura. En educación, hemos descartado muy fácilmente el valor de la memoria en función de modelos más “dinámicos”, además de ciertos valores humanos fundamentales como el respeto por la dignidad humana, el sano debate de ideas y la solidaridad que no da lo que le sobra.

Mientras sigamos aislados aún tenemos el tiempo para pensar. Primero, ¿qué acciones responsables tomaré frente a la crisis? Segundo, ¿qué he venido haciendo mal y debo cambiar personalmente? Tercero, ¿qué es lo más importante en la vida humana y hacia lo que debo orientar mis esfuerzos? Y cuarto, ¿cómo voy a lograr que eso importante se materialice en la sociedad? Seguro no es tan difícil y estoy convencido que supondrá una respuesta en el que el “yo” deje de ser el centro de todo.

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