Víctimas del terrorismo

Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

La reciente muerte del mayor genocida que ha existido en la historia del Perú, ha hecho que vuelvan a las primeras planas de los diarios y noticieros, las fotografías y notas de prensa que fueron habituales en la década de 1980 e inicio del año 90, cuando Sendero Luminoso asesinaba y destruía por doquier.

Lo seguimos recordando con dolor, quienes vivimos esa época, en la que el terrorismo ocasionó la muerte de unos setenta mil hermanos nuestros y causó daños materiales por miles de millones de soles a nuestro país. Conocí de primera mano el accionar de esa horda criminal, cuando a fines de los 80, estuve como misionero entre Huamanga y Huanta (Ayacucho), cuna de ese movimiento subversivo y antipatriota.

Es imposible olvidar el sufrimiento de tantas familias; casi todas las que conocí, perdieron seres queridos asesinados o desaparecidos. Rindo homenaje a todas aquellas personas y comunidades enteras (en su mayoría gente pobre), asesinadas durante esos años de terror, así como a quienes ofrendaron su vida por defender a la patria, cumpliendo con su deber policial, militar, político, civil o religioso.

Entre ellos, recuerdo al P. Víctor Acuña Cárdenas, asesinado por Sendero Luminoso la mañana del 3 de diciembre de 1987, al terminar de celebrar la misa en la capilla del mercado de La Magdalena en Huamanga. El P. Acuña, era el director de Cáritas Diocesana y fue gran impulsor de los clubes de madres. En fin, un sacerdote dedicado a ayudar a los pobres.

También por ayudar a los pobres, los senderistas asesinaron a la religiosa Agustina Rivas López, más conocida como hermana ‘Aguchita’, de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor. Había llegado tres años antes al Vicariato Apostólico de San Ramón, en la región Junín.

Ante el incremento de las acciones terroristas, tuvo la posibilidad de volver a Lima, pero optó por permanecer en la misión en el poblado de La Florida, donde se dedicó a apoyar a niñas, mujeres y familias enteras, que vivían en situación de extrema pobreza y abandono del Estado. Cuando la mataron junto a otros cinco pobladores, la tarde del 27 de septiembre de 1990, tenía 70 años de edad.

Más jóvenes que ella, murieron los sacerdotes Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, misioneros franciscanos venidos de Polonia en el año 1989 —en plena época del terrorismo— para atender y promover el desarrollo humano integral de la comunidad de Pariacoto, en la Diócesis de Chimbote.

Los senderistas los asesinaron el 9 de agosto de 1991. El P. Miguel tenía apenas 31 años de edad y el P. Zbigniew 33. Dos semanas después, el 25 de agosto, los terroristas mataron también al P. Alessandro Dordi, italiano que tenía once años como misionero en el valle del Santa.

Todos ellos fueron asesinados por quienes profesan la ideología marxista en sus diversas versiones, pues consideran que el evangelio, la cruz de Cristo y las obras de caridad, son obstáculos para la ‘revolución’, ya que esta se basa en el odio, la división y la violencia. ¿Cómo no preocuparnos ahora que se habla tanto de una posible infiltración de miembros o simpatizantes de Sendero Luminoso o sus órganos de fachada en el Gobierno peruano?

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