Juan Sardá Candia
Docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo
En la actualidad, la virtud de la templanza ha corrido peor suerte que otras virtudes, debido a que su impopularidad y rechazo ha crecido con el transcurrir del tiempo. No sólo es despreciada en el plano empresarial o político, sino también en el crecimiento personal. Pero ¿qué implica esta virtud y porque es tan importante en nuestras vidas?
La templanza es el hábito que permite la moderación frente a los bienes deleitables, es decir, permite su aprovechamiento de forma ordenada. La correcta regulación de las emociones, pasiones, sentimientos y apetitos es expresión de una persona templada, es decir de un individuo que es capaz de ejercer, sobre si, el autodominio en su vida cotidiana.
Esta virtud constituye el justo medio entre dos extremos viciosos: dejarse llevar por completo por los placeres captados por los sentidos o incurrir en la insensibilidad total, el no querer gozar de nada, o pretender, estoicamente, anular cualquier signo de agrado inmediato.
Aquel que se destempla cae en una incontinencia que lo arrastra por los placeres inmediatos y la vida fácil. Una de las causas más importantes del actual escenario de corrupción puede deberse a la carente presencia de templanza. La búsqueda de gratificación instantánea puede llevar a muchos a corromperse.
La sobriedad en cambio es una respuesta a la intemperancia. La sobriedad es una característica de las personas templadas, que son sobrias en la comida y bebida, así como también en el gasto. No es raro que las personas menos templadas sean menos capaces de administrar su dinero y el ajeno con sobriedad, responsabilidad y generosidad. Por ello la capacidad para ahorrar dinero suele ser esquiva para quien ha hecho de la posesión de determinados bienes un fin de su propia existencia.
El hedonista trata de atender el bien presente, cede al régimen funcional de los deseos y esto le provoca la privación del gozo. Por eso el hedonista no es alegre. Es claro que la tristeza tiene mayor cobijo y resguardo en el sendero del destemplado. Aquel que concibe al placer como una finalidad mira el presente y el corto plazo.
Sus decisiones no llevan la huella de grandeza, porque la grandeza requiere tiempo, esfuerzo, renuncia y constancia. La intemperancia te vuelve inepto para resistir el dolor, la enfermedad o el sufrimiento. Por ello una cualidad marcada de los líderes implica la adquisición de un alto nivel de señorío y autocontrol.
En una sociedad como la nuestra, buena parte de ideologías y movimientos promueven la satisfacción instantánea del placer, pero esta visión se riñe con la búsqueda de los bienes más elevados de la vida. Las cuestiones verdaderamente valiosas, requieren incomodidad y esfuerzo.
El placer no es malo en sí mismo, sin embargo requiere ser moderado. Se requiere paciencia, empeño y tiempo para participar de esas dimensiones trascendentales de nuestra vida, que son el factor clave para tener una vida con sentido. Por ello, es razonable pensar que uno de los signos más distintivos de la participación en la virtud de la templanza es la presencia de una genuina alegría.
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