Sobre rankings universitarios

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

El titular de siempre cuando aparece un nuevo ranking universitario: “Ninguna universidad arequipeña en el top ten de universidades peruanas”. El orden de las palabras cambia, los resultados de los estudios también; lo único que se mantiene es el profundo desconocimiento desde el que algunos medios informan sobre este tipo de estudios.

En el último caso —el ranking de América Economía—, la conclusión no fue diferente. Allí, quienes lanzaron titulares de indignación ni siquiera consideraron que de las tres universidades que usualmente aparecen, dos no enviaron información para el estudio y la otra aparece muy bien ubicada en el puesto 11, no tan lejos de las diez primeras, y luego de ser evaluada en más de 90 variables.

No cabe duda que es importante exigirle a la Educación Superior peruana que tengan la transparencia de confrontar sus competencias ante parámetros objetivos de crecimiento, trabajo académico, número de egresados en el mundo laboral, investigación, visibilidad, entre otros. El problema viene cuando queremos valorar el trabajo de una universidad solo a partir del puesto que ocupa en un ranking —mecanismo que en algunos casos se ha convertido en un filtro mercantilista a través del cual se pretende evaluar la calidad educativa de las universidades—.

Eso produce una inmediata distorsión: creer que la calidad de una institución depende absolutamente de lo que el mercado o los sondeos digan sobre ella. Sin embargo, la realidad no es así.

Sin aislarse de las evaluaciones locales o internacionales, y sin dejar de alentar cambios a partir de la lectura crítica de rankings y procesos de evaluación, una comunidad académica debiera, primero, exigirse en el cumplimiento del objetivo central de su existencia: la búsqueda de la verdad y la formación integral de las personas.

En ese camino, ciertamente, hay herramientas de medición que pueden ayudar a alcanzar los objetivos propuestos, pero hay otros factores que el mercado es incapaz de detectar y que suelen ser los más importantes a la hora de configurar la identidad y misión de toda casa superior de estudios.

Como opinión pública, como padres de familia o como profesionales interesados en el desarrollo integral de nuestro pueblo, debemos demandar aquello que no es tangible pero que resulta fundamental como aporte para la construcción de una sociedad más justa y solidaria: que nuestras universidades sean un faro que ilumine la búsqueda de la verdad acerca de la persona humana y su entorno, y que sobre esa base sepan construir una educación de excelencia acorde con los desafíos del mundo actual.

No se trata de subordinar la universidad a los rankings o las mediciones, mucho menos de encontrar un equilibrio entre ambos, se trata de someter a discernimiento constante las tendencias provenientes del mercado en función de la identidad y misión de cada universidad. Tomando ese camino, es mucho más viable que, en el futuro, contemos con centros de estudio superior sólidos que formen adecuadamente a los profesionales que el Perú necesita para ser un mejor país.

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