Jorge Pacheco Tejada
Educador y profesor emérito de la Universidad Católica San Pablo
La celebración por el Día del Maestro es ocasión propicia para hacer una reflexión en torno a la figura del educador.
A lo largo de mi experiencia docente, he madurado la convicción de que el contacto con los alumnos en el aula, es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza e, incluso, a la propia vida del profesor.
Mirar a los ojos a los estudiantes brinda toda una riqueza comunicativa y desarrolla en nosotros, los maestros, una capacidad muy valiosa: la de descubrir, a través de esa mirada, todo el mundo interior del alumno. Expresiones de aprobación, rechazo, duda o incredulidad; de temor, alegría, ilusión o desilusión; de entusiasmo o aburrimiento.
Con el tiempo, el maestro va aprendiendo a reconocer en los rostros de sus alumnos la inmensa riqueza de ese mundo interior. Los estudiantes no son recipientes que deben ser llenados; son seres humanos que necesitan de los profesores para dialogar, interactuar y conocerse a sí mismos.
Por ello, la escuela y la universidad deben entenderse como comunidades donde los futuros ciudadanos se forman para ejercer su profesión con una sólida convicción ética y un profundo sentido de la solidaridad humana y del bien común. Es recién, a partir de esa comprensión, que podemos entender la auténtica figura del maestro.
Sin la vida comunitaria que representa la escuela, sin ese encuentro entre profesores y alumnos en el aula, no puede haber verdadera transmisión del saber ni formación auténtica.
La relación maestro-alumno es fundamental en la educación porque se trata de un lazo empático-afectivo. Los niños y jóvenes, por su edad, se relacionan a través de profundos vínculos emocionales.
Preguntaba, hace algún tiempo, a un grupo de alumnos que se preparan para ser profesores: ¿cuál es la condición más necesaria para ser maestro? La mayoría coincidió en que se requiere “vocación” y tener la capacidad de tratar a los niños como “personas”. Ser muy respetuoso, tener paciencia y buenas técnicas pedagógicas, inteligencia emocional, autoridad moral; pero, sobre todo, ser cercano al alumno.
La posibilidad de formar exige al maestro la capacidad de expresar y sentir ternura, estar siempre abierto y sensible a las vivencias afectivas de los alumnos; transmitir, en la experiencia de enseñar, el goce del conocimiento; revelar a los estudiantes cómo el conocimiento embellece la vida; contagiarles de actitudes de respeto hacia sí mismos, de entusiasmo y calidez en su relación con los otros, de autoconfianza y valoración de sus posibilidades.
El docente debe también manejar apropiadamente las diversas técnicas, recursos y métodos de comunicación necesarios para hacer más atractiva y eficiente la transmisión de sus mensajes.
Los maestros estamos llamados a promover una educación que supere la crisis humanitaria y que profundice en el respeto y la forja de adecuadas relaciones humanas. Grande es nuestra tarea, pero tengo la convicción de que sí estamos preparados. ¡Feliz Día del Maestro!
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