Obras en Arequipa: caos y egoísmo

Renato Sumaria Del Campo
Director del quincenario Encuentro

¡Qué desagradable es tener que soportar las remodelaciones en casa! Sin embargo, en esa circunstancia, y cuando la familia está unida, la situación suele sacar lo mejor de cada uno de los miembros en pro de la superación de las dificultades del momento. Se traga polvo, se soporta el estresante ruido del martillo, se cede espacios, etc. Y el entorno permanece incólume, firme en la certeza de que el esfuerzo tendrá frutos más adelante.

En contraste, qué insufrible se hace el tiempo cuando la decisión de remodelar procede de la premura o el capricho, o cuando nadie es capaz de renunciar a un poco de su comodidad en función de mejorar las condiciones de vida en eso que llamamos hogar.

Aplicada a una ciudad, la analogía nos abre el espacio para pensar un poco en qué está pasando en Arequipa en estos días en los que algunos trabajos viales nos tienen bastante estresados.

La situación no es sencilla: hay tráfico por todas partes, desvíos inservibles, poca presencia policial e informalidad de parte de la autoridad, por mencionar solo algunos problemas. Nos parecemos mucho a esa casa donde nadie quiere hacer nada por soportar de la mejor manera las remodelaciones; y por momentos la impaciencia nos lleva al punto de querer reventarle la cara al otro solo porque pasó primero en una intersección en la que el congestionamiento vehicular es desmesurado.

Por ello, resulta urgente que pensemos en cuán pernicioso puede ser el egoísmo y cuán necesario es tener más bien una actitud generosa y de renuncia personal en momentos como estos.

Y es que será más llevadero el estrés vehicular si dejamos de ‘meternos el carro’ y pasamos ‘primero tú y después yo’ en un momento en el que las calles se atoran. Podremos soportar mejor las dificultades si entendemos que la opción de ir contra el tráfico no es la más adecuada como tampoco lo es la de tocar bocina solo porque quiero que el auto de adelante se ‘helicopterice’ y me deje espacio para avanzar ¡cinco metros!

Será también más saludable cruzar por las esquinas, no hacer que la combi o el taxi pare donde me da la gana, ceder el paso al peatón y no cruzar el semáforo en amarillo. Para entenderlo mejor: es esencial dejar de ser egoístas y para ello hay que comenzar a ser personas decentes; tener un mínimo de consideración por el espacio público, que no es ni tuyo ni mío, sino más bien tuyo y mío.

La decencia —o la falta de ella— no depende del auto en el que uno circule —porque he visto choferes en ticos destartalados más educados que señoronas en sus 4×4—, sino más bien del grado de educación del que uno hace gala cuando circula por la calle.

Es cierto también que a estas alturas los principales egoístas e indecentes parecen ser nuestros gobernantes. Digo esto porque inician obras sin previa planificación y movidos por egos personales antes que por miradas al bien común. Pero, evidentemente, ello no es razón para justificar el querer atropellarnos entre todos.

“Mucho dinero y poca cultura”, me diría un amigo intentando interpretar la situación. Demasiada camio-neta y demasiado consumo, pero cada vez menos educación y menos actitud positiva, agrego yo mientras pienso, para cerrar este artículo, dónde rayos encontrar un buen ejemplo de colaboración en medio del caos.

Y recuerdo que cada domingo a las seis de la tarde, el estacionamiento de la iglesia de los Capuchinos en Umacollo es un hermoso testimonio en el que todos los choferes colaboran para salir a tiempo y sin atropellarse. Hay un orden en el caos basado en la idea de que nadie está por encima del otro y que todos tienen derecho a estacionar y circular.

Es en ese rinconcito franciscano de la ciudad donde veo a cientos de personas subir a sus autos, encenderlos sin premura, ceder el paso, salir uno a uno. Entonces tengo esperanza. Vaya, mire y aprenda, que es gratis (salvo por la propina a quien cuida los autos). Y de paso, escuche Misa.

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