Ana Galiano Moyano
Directora de la Escuela Profesional de Educación de la Universidad Católica San Pablo
Hace un tiempo, para una Navidad, recibí de regalo un libro; pero no era cualquier libro sino uno usado, leído, de esos que tienen aroma a tiempo. En la primera página había un título que decía: “El placer de la lectura”, y su antiguo lector encerró y destacó la palabra placer, que acompañó con el siguiente comentario: “No leemos porque sea un medio, una herramienta. Leemos para saber que no estamos solos”.
Con respecto a la literatura, Cervera Borrás, aclamado intelectual y director teatral español, nos dice que esta no puede ser entendida como objeto de estudio, sino más bien como objeto de contacto y, por tanto, como reflejo de la vida. Es decir, lo más significativo de la literatura es la relación experiencial que se establece con esta, porque nos habla de la realidad humana: el saber, la cultura, la creencia y la moralidad.
La literatura es compañía, pero también es refugio, consejo y consuelo. Permite despertar ideas, contribuye a la mejora de la expresión, amplía la mirada de quien lee, hace desarrollar la imaginación, permite la reflexión y el disfrute de la belleza, abre un horizonte de posibilidades.
En tal sentido, podríamos decir que el efecto que tiene es ante todo espiritual. Quizá esta experiencia puede resumirse en la siguiente frase de Nicholas Kotar: “Como chispas que vuelan de una hoguera e iluminan la oscuridad, así también la visión de las historias vuela directamente del corazón de la gente, de sus amores y odios, de sus miedos y esperanzas. Habiendo volado desde esas profundidades, las historias iluminan el gris y la oscuridad de la vida cotidiana”.
Por ello, no podríamos decir que sin lector no hay libros, pero sí decimos que los libros tienen sentido cuando se encuentran con el lector. Entonces, si queremos emprender el camino para lograr la afición por la lectura, es imperativo permitir que los niños se acerquen a los libros. Leerles a los niños es el camino más seguro para suscitar en ellos el entusiasmo.
Para terminar, me gustaría referirme a quienes, fuera de los autores y lectores, también permiten el encuentro que se suscita en la lectura. Me refiero a quienes ejercen diferentes oficios que se orientan a permitirnos el acceso a los libros.
Hace un tiempo visité Urueña, uno de los pueblos más lindos de España, conocido como la “Villa del Libro”, en donde hay más librerías que bares, lo cual no es poco decir en ese país. En medio de callecitas adoquinadas, en una pared cercana a una imprenta, encontré la siguiente inscripción del gran escritor vallisoletano Miguel Delibes: “El librero es un copartícipe de la creación, interviene en el alumbramiento de un libro, no diré con igual importancia que el autor, pero sí de forma decisiva. Si existe el libro es porque existe una persona que pone sus ojos en los renglones que un autor ha creado en soledad. Y esa persona pone sus ojos en un libro no pocas veces gracias al consejo, persuasión y asesoramiento del librero”.
Palabras parecidas podríamos dedicar a todos aquellos que, en algún momento de nuestra vida, nos acercaron a la lectura y a quienes debemos agradecerles.
Discusión sobre el post