Conversaba con una amiga que como yo trabaja en temas de liderazgo. Debo decir que no soy proclive a endilgar malas intenciones a nadie lo que no me impide reconocer cosas con las que discrepo. Creo que algo de eso enseña San Pablo cuando nos exhorta a no tener más deudas que las de la caridad. Y la caridad no existe sin la verdad o sin su búsqueda por lo menos.
Esta amiga, como intuitiva que es, me dice que me ve lleno de culpa, atrapado por las convenciones sociales, encerrado en la matrix y que necesito liberarme mediante el coaching y algunas técnicas de relajación y conexión con el universo, dejar que todo fluya y no le haga resistencia a la naturaleza, que ese es el mensaje de Jesucristo mismo y San Francisco de Asís.
Como nunca he sido muy astuto y es una amiga querida, al principio le creí y me sentí mal de ser tan débil y estar atrapado en las redes del catolicismo tradicional sin atreverme a recorrer las sendas felices de los grandes aventureros de la vida espiritual, a buscar mi leyenda personal y alcanzar el secreto.
Muy astuto nunca pero memorioso siempre, así que un veloz searching me reconoció frases demasiado conocidas (Coelho, Osho, Tagore, Gibran, De Melo) por lo que mi segunda reacción interna fue de ironía, endulzada por la amistad, pero no por ello menos mordaz. Una voz que brota de no sé qué barrio de sentido común que llevo dentro me dijo: “ya estás viejo para creer esas cosas”. Ojo: no digo nada malo de mi amiga, ni dudo de su bondad y del bien que hace, lo que pasa es que no creo en lo que ella cree y diré por qué.
Es que es al revés. El cristianismo es la liberación y la matrix es ese optimismo averiado en el que todo tiene importancia menos lo más importante que es la persona humana. Y la analogía es perfecta: la matrix es un mundo virtual producido por impulsos eléctricos que generan un bienestar anestésico que consume las energías personales para alimentar su reino automático, previsible y controlado por máquinas ciegas justamente por ser máquinas. En síntesis la negación de la libertad. Sion, el lugar de los rebeldes, es en cambio un sitio feo y gris (un valle de lágrimas) en el que se come mal, se pasa frío y se tiene miedo de ser destruido pero con la inmensa ventaja de ser real, con la infinita dignidad de vivir libremente la búsqueda de la verdad.
Mi amiga me ve lleno de culpa y tiene razón, lo estoy hasta los bordes y todos los domingos lo repito señalándome por tres veces a mí mismo. Es más: estoy cristiana y paradójicamente orgulloso de ser un pecador porque puedo presumir de mis debilidades y es entonces cuando soy fuerte porque sólo quien reconoce sus culpas (sin cargarse las ajenas ni juzgar a los demás) y sufre por ellas puede enmendarse, o por lo menos intentarlo.
En eso consiste la auténtica libertad: en soltarse de las cadenas de lo automático e impersonal (en lenguaje antiguo las pasiones y el pecado) para ser, aunque sea en la miseria de la culpa, libres, humildes buscadores de una verdad que no podemos darnos a nosotros mismos, mendigos de una gracia que viene de Otro, un Alguien que nos ama, un Padre, un Hijo y un Espíritu Santo con el que nos encontraremos un Día que no acabará jamás porque no está sometido a límite alguno, exactamente como nuestra vida personal porque todo nos influye pero nada nos determina.
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