Alonso Begazo Cáceres
Profesor del Departamento de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Católica San Pablo
El país cursa uno de sus periodos políticos más críticos. Nos encontramos en una coyuntura compleja y gravísima que nos exige repensar lo político si queremos salir adelante.
Sin darnos cuenta, el tiempo ha pasado y vuelven a aparecer en el panorama las primeras encuestas de percepción, exponiendo las preferencias políticas del electorado, recordándonos que se nos acerca el plazo para volver a votar. Pero, ¿nos ha alcanzado este periodo de crisis para cambiar en algo como electorado, de cara a este nuevo proceso electoral?
Si somos honestos, parece que nuestras circunstancias como electorado no han cambiado. El desconocimiento del escenario político, la polarización ideológica y la deficiente involucración en iniciativas políticas, son solamente algunas de las evidencias del status quo.
Por ello, conviene aceptar que nuestra actual crisis no solo es responsabilidad que recae en nuestros políticos, sino que viene siendo alimentada por nuestra indolencia con lo público. Esta radical indiferencia ha ocasionado que lo político deje de ser el espacio para el encuentro y pase a ser el espectro de la desconfianza.
Para que las comunidades políticas germinen, se requiere de diálogo entre las personas, como esa conversación razonable orientada a la búsqueda de un horizonte común, permitiéndonos cultivar la confianza entre el uno y el otro, que exige compromiso y trabajo. Una comunidad humana movida por la búsqueda razonable y compartida del bien común, tenderá a expandirse y a permitir ciertas condiciones de plenitud. Lo grave del asunto es que, en el Perú, este ideal languidece.
Y es que, en el contexto político actual, nos acercamos a lo público admitiendo un contexto donde los participantes van a mentir cuando les convenga, o no cumplirán sus promesas en cuanto se cruce un interés opuesto, por lo tanto, en ese escenario el diálogo es fútil. Sin razonabilidad pública, lo único que sobrevive es la búsqueda de la propia conveniencia, que resulta siendo uno de los peores criterios con los que uno se puede acercar a lo político.
Cuando hablamos de razón pública nos referimos a todo argumento esgrimido por la autoridad o por la ciudadanía, que permite la plasmación de procesos de deliberación y la toma de decisiones basadas en criterios racionales, adecuados a la plenitud humana y al contexto social, que puedan ser suscritos como plausibles por los ciudadanos de una sociedad democrática.
La desaparición del razonamiento sobre el bien en lo político, ha permitido el surgimiento de candidatos que, mediante la alimentación de conflictos y antinomias sociales, han encontrado una veta para hacerse del poder y ponerlo a su servicio. Estas personas con perfiles que podemos denominar populistas, han surgido en un contexto idóneo para su supervivencia.
En nuestro dramático escenario actual, al ciudadano común cada vez le es más ajena la actitud reflexiva, no le gusta pensar. Y menos aún le gusta que le digan que sus problemas no tienen una respuesta inmediata. En un mundo cada vez más complejo, paradójicamente, muchos votantes están cada vez más dispuestos a votar por cualquiera que prometa una solución simple, y es ahí donde reside el atractivo y la trampa del populismo.
Quizá sea momento de romper con este círculo vicioso y comenzar a reconquistar la razonabilidad en la ciudadanía y la sociedad civil; no con el propósito de pretender obtener resultados diferentes haciendo las mismas cosas, sino de repensar nuevas vías de reconstrucción de lo público. Esta reconstrucción no es un mero esfuerzo intelectual, sino que debe comprometernos a través de un cambio en nuestra propia percepción y acción como ciudadanos. Y tú, ¿estás listo para cambiar?
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