Gabriela Cáceres Luna
Profesora del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
En nuestra sociedad aún persisten prejuicios que reducen la vejez a una visión de deterioro, enfermedad y dependencia. Expresiones como “demencia senil”, hoy consideradas obsoletas y sin respaldo en la clasificación médica o psicológica actual, siguen utilizándose y limitan las oportunidades de quienes transitan por esta etapa. Sin embargo, hablar de envejecimiento activo nos permite cambiar radicalmente esta mirada: no se trata solo de vivir más años, sino de vivirlos mejor, con autonomía, dignidad y sentido.
Desde la psicología y la neurociencia, existen medidas concretas para promover la salud mental, cognitiva y emocional de los adultos mayores. La evidencia científica lo confirma con claridad: cuando estas dimensiones son fortalecidas, no solo se prolonga la esperanza de vida, sino que la calidad de esa vida mejora de manera notable. Cuidar la salud cognitiva supone mantener rutinas de sueño saludables, realizar actividad física constante, apostar por el aprendizaje continuo; ya sea a través del estudio de un segundo idioma, la práctica de un instrumento musical, la apreciación o creación literaria y artística, así como mediante cualquier otra actividad que sea cognitivamente estimulante. En cuanto a la dimensión emocional, esta se fortalece cuando se cultivan vínculos de confianza, se practica la gratitud, se mantienen amistades, se participa activamente en grupos sociales y se nutre una relación cercana con la familia, lo que permite hacer frente a factores de riesgo como la soledad, la depresión y la ansiedad; ante los cuales es importarte acceder a espacios de acompañamiento psicológico. Finalmente, el crecimiento espiritual cobra relevancia en esta etapa; por lo que resulta importante disponer de tiempo para la reflexión personal, oración o meditación, así como para el servicio a nuestros semejantes, que además de procurar el bien al prójimo, nos brinda propósito de vida.
Más allá de los datos, lo que transforma son las experiencias humanas. Adultos mayores que descubren talentos inesperados, mantienen redes sociales y reencuentran la motivación para seguir creciendo son la mejor prueba de que la vejez no es sinónimo de declive, sino de oportunidades distintas. La pandemia de covid-19 marcó un punto de quiebre en esta comprensión. Fue entonces cuando muchos adultos mayores reclamaron –y agradecieron– la posibilidad de ser escuchados y valorados en sus propios hogares. En medio del aislamiento, la familia se convirtió en un espacio de reencuentro, recordándonos lo fácil que resulta pasar por alto la riqueza de contar con la presencia y la experiencia de un adulto mayor.
Los ejemplos abundan. Personas que, en programas como el Aula del Saber de la Universidad Católica San Pablo, pintaron por primera vez, aprendieron a usar un celular o se animaron a estudiar un segundo idioma, encontraron no solo nuevas habilidades, sino también la alegría de compartir sus logros con otros, generando vínculos y comunidad. Estas historias iluminan lo que tantas veces olvidamos: la madurez de los años puede llegar a ser un tiempo de creatividad, de encuentro con los demás y de profundo enriquecimiento personal.
La realidad, sin embargo, nos muestra contrastes. No todos los adultos mayores acceden a espacios de integración, estimulación y aprendizaje, y cuando esto ocurre, suelen resentir las consecuencias en su bienestar físico, cognitivo y emocional. Esta situación nos cuestiona como sociedad, recordándonos que el cuidado y la inclusión de los adultos mayores es una tarea colectiva. Desde nuestras familias, comunidades e instituciones podemos, y debemos, generar entornos propicios que ofrezcan oportunidades de participación, crecimiento y reconocimiento, asegurando que cada persona pueda vivir esta etapa de la vida con dignidad y plenitud.
Por eso, hablar de envejecimiento activo no es un lujo académico, sino una urgencia social y ética. Significa derribar mitos, fomentar la autonomía, empoderar a los propios adultos mayores y construir una cultura inclusiva. Reconocer que esta etapa de la vida no es de descarte, sino de plenitud posible, es una tarea que nos corresponde a todos: familias, profesionales, comunidades y responsables de políticas públicas.
El reto está frente a nosotros: transformar la vejez en un tiempo de aprendizaje mutuo, crecimiento interior y encuentro humano. Reconocer en cada adulto mayor su dignidad, su experiencia y su potencial es también reconocernos a nosotros mismos en el camino de la vida. ¿Estamos dispuestos a hacerlo realidad?