Deysi Pari
Cada año, durante los días previos a la Navidad, la ciudad de Cusco se llena de colores, olores y sonidos que remiten a una de las tradiciones más arraigadas: la Feria de Santurantikuy. En esta tradicional actividad, que tiene lugar en la Plaza de Armas de Cusco, no sólo se exhiben y venden las más bellas artesanías, sino que se propicia también un punto de encuentro para la cultura y las familias cusqueñas.
De este modo, la historia, la religión y la creatividad confluyen en homenaje al Niño Manuelito.
De los incas a la Colonia
La feria, señala el artesano cusqueño Larry Segundo Orellana, tiene sus raíces en el período incaico, aunque con un propósito muy diferente al que tiene hoy. En esa época, los nativos celebraban el solsticio de verano, que ocurría alrededor del 21 de diciembre, aunque no lo conocían con ese nombre.
“El término Santurantikuy es la unión de dos palabras: Santu que vendría a ser santo y rantikuy, una palabra quechua que quiere decir vender o venta. Por eso, se dice que es véndeme un santo”, explicó el artesano.
Entonces, en el tiempo del incanato se hacían celebraciones que, probablemente, se realizaban en lo que es hoy la Plaza de Armas y dentro de estos actos se intercambiaban productos como las conopas, que son piedras talladas con forma de llamas o alpacas.
Con la llegada de los españoles y del cristianismo, esta tradición sufrió una transformación.

Feria como patrimonio
En el documento donde se declaró a la Feria de Santurantikuy como Patrimonio Cultural de la Nación en 2009, se señala que los historiadores han coincidido en que tras las primeras décadas de evangelización se estableció una conformación cultural andina de inspiración católica, la cual tuvo su apogeo en el siglo XVII.
Se establecieron escuelas de la pintura cusqueña, donde también se desarrollaron imágenes en bulto. En estos talleres, artesanos como Marcos Zapata y Diego Quispe Ttito –que aprendieron de Bernardo Vitti– también enseñaron a otros.
De tal forma que los talleres ya no sólo estaban en una escuela sino en las casas de los artesanos, en barrios tradicionales como Santa Ana, San Blas, donde comienzan a desarrollar distintos tipos de trabajos.
Según la información histórica recogida para la declaratoria, no se han encontrado datos que precisen en qué época inició la feria, pero la misma es consecuencia de todo un contexto cultural e histórico. Es probable que haya iniciado con la introducción del culto al Niño Jesús por la Orden Betlemita y por la Orden Franciscana, que también establecieron la costumbre del nacimiento en el mundo cristiano.
En base al expediente, la primera mención del Santurantikuy data de 1835.

Un encuentro de familias y artesanos
Hoy, la Feria de Santurantikuy se ha consolidado como la feria artesanal más grande del país, con la participación de alrededor de 1100 artesanos, provenientes de diferentes provincias del Cusco.
Rosendo Arístides Baca Palomino, presidente de la Empresa Municipal de Festejos y Promoción Turística del Cusco (Emufec), que tiene a cargo la organización, señaló que se realiza durante tres días, del 22 al 24 de diciembre.
Los visitantes tienen la oportunidad de adquirir desde bellas esculturas de arcilla, hasta exquisitas piezas de plata, madera y piedra, todas con un marcado carácter regional y profundamente vinculadas a la Navidad.
Este evento, que atrae a unas 150 mil personas durante los tres días, no sólo es una oportunidad para adquirir productos artesanales de alta calidad, sino también para disfrutar de una manifestación cultural que revaloriza la identidad cusqueña.
Los artesanos no sólo producen obras de gran destreza técnica, sino que preservan tradiciones que han sido transmitidas por generaciones. Como recuerda Rosendo Baca, “la feria ha pasado de generación en generación, y hoy estamos ya en la cuarta”.
Familias como los Mendivil o los Olave, son ejemplos emblemáticos de esa herencia. Conocidos por sus representaciones del Niño Jesús en diversas posturas y escenas, estos maestros artesanos han dejado una huella indeleble en la cultura cusqueña.
El artesano Larry Segundo Orellana destaca, por ejemplo, que las figuras con cuello largo son características de los Mendivil, y la famosa figura del Niño de la espina de los Olave, estas son sólo algunas de las obras que se pueden encontrar en la feria. Estas figuras, además de ser objetos de devoción religiosa, también son símbolos de la creatividad y el talento del pueblo cusqueño.
Las familias, en su mayoría, asisten a la feria como una forma de revivir el espíritu de la Navidad, al mismo tiempo, fortalecen los lazos con su cultura.
“Es un punto de encuentro de las familias cusqueñas”, señala Rosendo Baca, quien subraya la importancia de la feria no sólo como un evento comercial, sino como una celebración de la historia y las costumbres que han formado la identidad de la región a lo largo de los siglos.
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