Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
Las elecciones chilenas de este año ofrecen un déjà vu familiar para los peruanos. En 1985, Alan García superó tan ampliamente a Alfonso Barrantes que la segunda vuelta se volvió innecesaria. En 1990, Mario Vargas Llosa intentó evitarla, pero la aritmética electoral se impuso. En ambos casos, el electorado ya había tomado una decisión clara.
Ese espejo ayuda a entender el nerviosismo de Jeannette Jara. En un gesto inusual, la candidata del Partido Comunista Chileno (PCCh) ha insinuado que podría dejar la organización a la que ha dedicado toda su vida si llega a La Moneda. Es un sacrificio político notable: renunciar al partido que te formó para intentar ser electa. Pero también revela la pesada mochila ideológica que la acompaña.
El PCCh es quizá el partido más disciplinado y doctrinario del país. Es también el único que respalda abiertamente a Nicolás Maduro como presidente legítimo de Venezuela. Y, para muchos chilenos, su papel en el fallido proyecto constitucional —percibido como una suerte de reciclaje del socialismo del siglo XX— dejó una impresión duradera. Los votantes no dudan de sus fines y eso, paradójicamente, es parte del problema.
En este contexto, Jara enfrenta un desafío casi imposible: ampliar su base electoral más allá de su núcleo duro. Pero los chilenos atraviesan un momento de fatiga ideológica, agravado por el estancamiento económico desde las protestas de 2019. No parecen dispuestos a experimentar con modelos que identifican con crisis asegurada.
A ello se suma el desgaste del gobierno al que representa. Si hace cuatro años José Antonio Kast —con quien competirá en la segunda vuelta— parecía tener un techo limitado, hoy es Jara quien carga con el peso de una administración impopular y una narrativa económica poco halagüeña. Su margen de crecimiento es estrecho; sus opciones, menos aún.











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