A diferencia de lo que se cree, es un deporte que cura las heridas.
Juan Pablo Olivares
Franz Miranda Valero, pega con la izquierda y la derecha, mete un gancho y ´baila´ alrededor de su contrincante, esquivando con rapidez y destreza el ataque. Él en el ring, muestra sus destrezas y la felicidad que le provoca boxear.
Fue subcampeón de la Copa Presidente 2011 en la categoría 57 kilos y compitió en torneos internacionales, pero fuera del cuadrilátero lo golpeaba la vida: estuvo metido en vicios y deambulaba sin destino. En esa mala vida, casi pierde por nocaut.
Pelear para sanar
Franz era el hijo mayor, sufrió el maltrato de su padre y presenció las humillaciones a su madre y hermanos. “Mi padre era abusivo, golpeaba constantemente a mi mamá. A mi hermana menor le aplicaba castigos terribles y a mí, me golpeaba con frecuencia”, narra.
Tiempo después y abandonados por su padre, asumió la responsabilidad y cuidado de su familia, decidieron entonces superar todo el daño ocasionado. No fue fácil. Buscó todos los medios posibles para curarse: acudió a varios psicólogos y practicó yoga, pero nada funcionó.
Fue a los 12 años que encontró en el boxeo la terapia ideal. “El boxeo era un desfogue para todo el dolor que tenía dentro. El golpear un saco o a un contendor, me dio temple. Siento que con cada golpe eliminé todo ese dolor que tuve en la niñez”, cuenta.
Franz sostiene que el boxeo no solo le ayudó a superar las marcas que le dejó su padre, sino también, a canalizar la agresividad y regular la ira. “El boxeo jugó un papel importante en mi vida. Pensé en dejarlo, pero desde que formé mi familia y nació mi hija, tengo otros hábitos y me di cuenta que puedo llegar lejos en este deporte. Es saludable para mí”, cuenta.
El boxeo como terapia
El boxeo tiene fama de ser un deporte violento, sin embargo, en Cerro Colorado, el Club Valero Boxing (de Juan Carlos Valero), se ha convertido en un lugar de paz, donde muchos jóvenes llegan para ´noquear´ sus problemas y buscar equilibrio emocional.
El gimnasio de Valero huele a sudor, a cuerdas y a sacos desgastados. Sus paredes están llenas de fotos y propagandas de todas las peleas y veladas organizadas por Valero, y en el cuadrilátero, los jóvenes golpean los sacos, respirando fuerte, con gemidos de esfuerzo y dolor, tratando de noquear a su rival. Entre ellos está, Franz Miranda Valero.
Valero, entrenador de boxeo por más de 20 años, dice que la mayoría de los jóvenes que llegan al gimnasio, lo hacen por problemas familiares.
“Cada chico que viene, tiene una personalidad diferente, pero conforme pasa el tiempo ellos se transforman, porque van encontrando un nuevo objetivo. Aquí hay que darles una palmadita, una voz de aliento, aquí todos somos como una familia” sostiene.
Juan Carlos, con los adolescentes, ejerce de hermano mayor. Les exige en los entrenamientos, se sube al ring y pelea con ellos, pero también funge de padre; escucha los problemas por los que atraviesan sus púgiles y siempre trata de darles un apoyo moral o alguna solución.
“Aquí [en el gimnasio], el boxeo se convierte en un medio para impartir valores como el compañerismo, el respeto y eso día a día va quedándose en los jóvenes, convirtiéndolos en personas de bien, también muchos llegan a ser grandes deportistas”, asegura orgulloso, Valero.