¿Son necesarios los castigos?

El niño no debe admitir la creencia de que ‘haga lo que haga, nunca pasa nada’.

Jorge Pacheco Tejada
Educador

El castigo, entendido como sanción ante una falta o como medio para delimitar lo permitido de lo no permitido, es necesario en el proceso educativo. Si lo es para la vida en la sociedad —nos imponen multas o sanciones por incumplir el reglamento de tránsito, por ejemplo—, lo debe ser también en la casa y en la escuela.

Debe quedar claro, sin embargo, que deberá ser el último recurso para corregir una postura. He aquí un criterio importante: el castigo garantizará que la sanción se vea como la consecuencia de una falta, nunca como una manifestación de agresividad o de venganza por parte de los padres o del educador.

Sarramona i López indica que surgen dos justificaciones pedagógicas básicas para el castigo: el sentido reparador y el expiatorio.

Reparaciones

Hablamos de sentido reparador cuando la falta cometida ha provocado algún daño a otras personas o al entorno. El castigo con valor pedagógico es el que lleva a reparar este daño, si no de manera total, al menos parcialmente.

Pensemos en casos como el insultar a un compañero. El castigo ha de consistir en reparar el daño moral pidiéndole disculpas, colaborando con él en alguna actividad, etc.
Si se tratara de un daño causado al medio ambiente, como ensuciar el entorno, destruir mobiliario, etc., el castigo buscará dejar las cosas como antes.

En definitiva, será educativo un castigo que advierta cómo los daños deben ser reparados. Eso es, además, procurar que desde muy pequeños aprendan que todos los actos tienen consecuencias. Pero, ciertamente, no todas las faltas tienen la posibilidad de reparación directa, lo que lleva a la necesidad de determinar castigos que tengan una función más bien expiatoria.

Expiaciones

Hablamos de función expiatoria cuando llegamos a la convicción de que el incumplimiento de la norma no es una cuestión indiferente, sino moralmente condenable. Por ejemplo, las multas aplicadas a los adultos por infringir normas de tránsito o la privación de una salida entretenida a los niños que han desobedecido a sus padres. Puesto que en tales faltas no hay una situación concreta que reparar, el castigo sirve para asociar el incumplimiento de la norma con una situación desagradable, que pudo haber acarreado consecuencias.


No todo está permitido

Padres y maestros han de contemplar la posibilidad del castigo si la situación lo requiere. Si las transgresiones a las normas nunca están acompañadas de la desaprobación que manifiesta el castigo, resultará muy fácil que se instale en el niño la certeza de que puede hacer lo que le venga en gana.

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