Navidad: perdón, amor y servicio

Jorge Pacheco Tejada
Educador

¡Ya llega la Navidad! Es una hermosa fiesta religiosa cuyo sentido es siempre amenazado por la sociedad de consumo. Menos mal que nuestra cultura mantiene costumbres y tradiciones muy bonitas que ayudan a mantener viva la conmemoración del nacimiento de Jesús.

Pensando en el hogar, a los padres a quienes nos corresponde la responsabilidad de vivirla intensamente les sugiero, si me lo permiten, que reflexionemos en familia sobre tres conceptos clave: el perdón, el amor y el servicio, tres ideas muy fuertes que siempre ayudan a no perder el rumbo de la familia.

El perdón

La Navidad, entre otras cosas, es hacer presente a Dios en nuestra historia personal y familiar. No pocas veces, sin embargo, nos descubrimos alejados de Él, y uno de los factores que nos alejan de Dios es la falta de perdón.

No es inusual. La convivencia humana siempre es complicada. Cuanto más nos queremos, más nos duelen las ofensas. La convivencia familiar nos pone en riesgo constante de ofendernos, a veces por tonterías, a veces por cosas muy graves. Por otro lado, la falta de atención o las pocas muestras de cariño son caldo de cultivo de grandes distanciamientos.

Por eso, no dejemos que pase esta Navidad sin habernos perdonado. Un abrazo y un “perdóname” son como varitas mágicas que nos devuelven la paz y la tranquilidad. Que el perdón que estemos dispuestos a dar y a recibir sea la mejor señal de que acogemos a Jesús en nuestros corazones.

El amor

Es el centro del mensaje navideño. A través de la historia, los hombres necesitamos saber que hay un Dios que nos ama y que por amor se encarnó y se hizo uno como nosotros. La Navidad es una señal clara de que Dios ingresa a nuestras casas, se acerca a nuestra naturaleza humana para transformarla.

Ese Dios que viene para amarnos quiere también que nos amemos entre nosotros con la misma intensidad con que se amó la familia de Nazaret.

El amor es más que un sentimiento, empieza en la decisión humana de aceptarlo y hacerlo crecer. Es también un don y una tarea. Un don en la medida que hemos recibido gratuitamente la capacidad de amar; y una tarea porque debemos esforzarnos por crecer y madurar en nuestra capacidad de amar. El ámbito familiar es el lugar más propicio para aprender lo que es el amor y aprender a dar y recibir amor. Cuando falla el amor en la familia, la familia se desmorona y corre el riesgo de destruirse.

Un abrazo y un “te quiero” son con toda seguridad el regalo más grande que podamos darnos por la Navidad. Cualquier otro regalo, por muy costoso que sea, no tiene ningún valor si no se da en un ambiente de amor familiar sentido y expresado.

El servicio

Tener actitud de servicio es la garantía de haber aprendido a vivir en comunidad, de haber dejado de pensar en uno mismo para pensar en los demás. El servicio es la mejor manifestación del amor. Se trata de aprender a servir como Dios lo hizo. Recordemos las palabras de Jesús: “He venido a servir y no a ser servido”. El servicio es ajeno al egoísmo y es sinónimo de entrega.

La mayoría de las desavenencias familiares surge por una actitud egoísta: pensar en uno mismo antes que en los demás. Ojalá que la convivencia familiar nos dé la experiencia del don gozoso de uno mismo al servicio de los demás.

La Navidad tiene que ser la oportunidad para expresar gratitud a los seres queridos por sus actitudes de servicio. Si enseñamos a los niños a tener un corazón agradecido por los servicios recibidos, los estamos educando para que tengan también una actitud de servicio con quien más lo necesita.

De ese Niño Dios que está en el pesebre debemos aprender a perdonarnos, a querernos y a servirnos mejor. Tres palabras sencillas que pueden motivar una seria reflexión y un cambio de nuestras actitudes familiares en esta fecha tan hermosa como es la Navidad.

No perdamos el rumbo, hagamos que esta Navidad sea una celebración gozosa de la presencia de Dios en nuestra familia, que nos regale el perdón, el amor y el servicio como puntales de nuestra vida familiar. Feliz Navidad para todos.


Un cuento para tus hijos pequeños 

Hace muchos muchos años, Dios mandó al arcángel Gabriel a visitar a María, una dulce doncella judía. Gabriel tenía un mensaje para María: “Vas a tener un hijo y se llamará Jesús. Será llamado Hijo del Altísimo y reinará para siempre”.

¿Cómo puede ser? —preguntó María— si no he estado con ningún hombre. Y el arcángel le dijo que aquel niño era el hijo de Dios.

María estaba comprometida con un carpintero de nombre José, quien al principio no creyó la historia del bebé que llevaba dentro. Sin embargo, el ángel se le apareció en sueños y le contó lo sucedido. Desde entonces, decidió estar al lado de María.

Era 24 de diciembre y María y José, su marido, iban camino a Belén. José iba caminando y María, a punto de dar a luz, estaba sentada en un burro.

A su arribo a Belén, María y José buscaron un lugar para alojarse, pero llegaron demasiado tarde y todos los mesones estaban ya ocupados. Finalmente, un buen señor les prestó su establo para que pasaran la noche.

José juntó paja e hizo una cama para su esposa. Lo que ninguno de los dos imaginaba antes de trasladarse ese día a Belén es que allí nacería el niño Jesús.

Y así fue el nacimiento de Jesús, en un establo, y su madre lo colocó sobre un pesebre, el lugar para la comida de los animales. Al caer la noche, en el cielo apareció una estrella que iluminaba más que las demás y se situó encima del lugar donde estaba el niño. Desde ese momento, el mundo cambió para siempre. Había nacido el niño Dios y con ello llegó para todos nosotros la esperanza de saber que tenemos un salvador.

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