Límites saludables y obediencia inteligente

La obediencia debe ser trabajada. Nunca es automática.

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Nos ha tocado vivir una época difícil. Difícil porque debemos adaptarnos a una realidad cambiante, que nos obliga a tener criterios claros que nos orienten, de manera adecuada, frente a los grandes retos que encontramos al educar, en este contexto, a los hijos.

Por muchas razones, vivimos en un mundo lleno de frustraciones cotidianas; algunas de estas frustraciones son menores y otras son más importantes. Lo cierto es que todos debemos hacer un esfuerzo para enfrentarlas adecuadamente.

Ya no llama la atención encontrar cada vez más padres desconcertados porque no hallan la forma de disminuir las rabietas, las actitudes violentas. Suelo escuchar a padres que se quejan de que la única forma de que obedezca su hijo es con alguna palmada o una amenaza, pero tampoco esta manera de educar surte el efecto deseado.

Los padres de adolescentes se quejan de que sus hijos desafían todas las reglas del hogar, que se han alejado de ellos aduciendo que no les entienden. Sienten temor de que estén consumiendo drogas, pues los notan violentos.

Tolerar la frustración

¿Qué hacer para poner límites y pedir obediencia en un mundo sin límites y donde la obediencia no es un bien apreciado? Un buen punto de partida es no desesperarse e iniciar el camino para enseñarles a nuestros hijos a tolerar la frustración por aquello que no tienen o no pueden lograr.

No es muy complicado reconocer a un niño frustrado. La rabieta infantil es señal de que algo no le gusta o le incomoda. Conforme va creciendo, su intolerancia a la frustración se manifiesta en alejamiento, mal carácter, falta de comunicación y, si se acumula, se traduce en respuestas irrespetuosas o expresiones violentas.

En este sentido, aprender a tolerar algo que no sale como uno desea es una capacidad altamente fortalecedora del individuo y de su autoestima. Hay que educar para enfrentar las frustraciones.

La capacidad de tolerar las frustraciones se desarrolla con un entrenamiento específico para aprender a diferir gratificaciones, adecuar expectativas, autorregular enojos y orientarnos más allá de la dificultad inmediata.

Frustraciones razonables

No está mal exponer a nuestros hijos a frustraciones razonables, como las que sienten al respetar horarios familiares, al hacerse cargo de tareas domésticas, al perder en un juego o al no comprarles “el celular que todos los amigos tienen”. Todas estas ‘frustraciones provocadas’ son una buena forma de practicar y fortalecer la tolerancia a las frustraciones que la vida misma les ofrece.

Exigir a los hijos respeto, responsabilidad, cumplimiento de obligaciones, espera, etc. pone en evidencia su capacidad de obediencia, y la obediencia supone establecer límites saludables.

Los límites saludables son la actitud adecuada para exigir el cumplimiento de algo que signifique un bien para el niño y no un simple capricho del adulto. Estos nos llevan a una obediencia inteligente, y me gustaría aclarar estos dos términos.

Límites saludables

Los límites son saludables cuando van unidos a un vínculo afectivo sólido, cálido y ameno, y son la base para la incorporación de hábitos saludables.

Los profesores recibimos consultas relacionadas con ponerles límites a los hijos o cómo manejar comportamientos rebeldes y desobedientes, de qué manera ayudar más efectivamente.

Lo primero que queda claro es que el desarrollo y la maduración psicoemocional no son automáticos y que por lo tanto hay que intervenir educativamente para lograrlos. Esto implica decir muchas muchas veces a los hijos qué deben y no deben hacer; lo que pueden y no pueden hacer.

Eso es poner límites. Pero esta puesta de límites se torna saludable cuando se generan sentimientos de aceptación y no de rechazo. Aquí es donde entra a tallar la obediencia inteligente.

Mis hijos ‘obedecen’

“¡Los niños desobedecen todo el tiempo!”, se suele escuchar de alguna madre o algún padre en reuniones sociales. La verdad es que no es cierto que los niños obedezcan todo el tiempo. La obediencia se educa, no es espontánea. Para construirla, se requiere una actitud madura, afectuosa, paciente y firme, en la que los padres y los maestros guíen y eduquen. Eso marca la diferencia.

Cuando los hijos desobedecen, es importante mantener la calma, esa es la única manera de sostener la sartén por el mango, de lo contrario, salimos mal parados. Debemos ser conscientes de que es muy importante ser claros con ellos respecto a las conductas que no son adecuadas, molestan, ocasionan daño y traen consecuencias negativas.

Pero también debe quedar claro que no podemos dejar de lado la firmeza y la persistencia a la hora de educar. No debemos descuidar el poner límites saludables a la hora de educar la obediencia inteligente.

Los afectos

La obediencia debe ser inteligente, es decir, debe ser efectiva. Pero esto no solo implica lograr que los niños hagan lo que les decimos por temor, aquí juega un rol importante la conexión emocional profunda con el niño. Para ello debemos conocerlos bien, conocer sus fortalezas y sus debilidades, porque eso genera un vínculo de confianza y seguridad.

Los padres y los educadores debemos desarrollar la capacidad empática, recordemos que la empatía es ponerse en el lugar del otro para comprenderlo. Un ambiente familiar tenso por los gritos, los castigos, las amenazas no es el ambiente adecuado para lograr una obediencia inteligente.

Por eso se requiere una actitud cariñosa y firme, saber dialogar y escuchar, pero también saber sostener con claridad las normas y los valores de la familia. Es así como surge con franqueza y serenidad el concepto claro y maduro de autoridad.


PELIGROS

Es peligroso criar hijos que obedezcan a la autoridad ciegamente, sin razonar, sin cuestionar de manera inteligente. Es debilitante educar personas sin un ‘freno interno’, racional, maduro y entrenado para evaluar consecuencias al llegar a la adolescencia y la adultez.

Las consecuencias de una obediencia solo por temor o por evitar castigos podrán ser efectivas en la niñez, pero serán altamente infecciosas cuando el adolescente y el adulto compitan en fuerzas con la autoridad.

El concepto de autoridad saludable debe ir construyéndose desde la niñez. Esperar hasta la adolescencia para poner límites y hablar sobre los valores importantes es una muy mala idea porque a veces es muy tarde.

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