La presencia del papá en la familia

La figura paterna es de vital importancia para consolidar la personalidad de los hijos.

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Se ha llegado a afirmar que nuestra sociedad es una ‘sociedad sin padre’. Especialmente en la cultura occidental, la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desviada, desvanecida. El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida de los padres, sino más bien el hecho de que no están presentes. Así, la orfandad parece adquirir varios matices.

Orfandades

Hay huérfanos que conviven con sus papás, pero estos se encuentran tan concentrados en sí mismos, en sus trabajos y en sus propias realizaciones que olvidan a la familia.
Existen, también, huérfanos con padres vivos que, no obstante, no actúan como padres.

A veces parece que el papá no sabe muy bien cuál es el sitio que ocupa en la familia y ya no parece dispuesto a educar a sus hijos. Y entonces se retiran, se distancian, se abstienen y descuidan sus responsabilidades, tal vez refugiándose en una cierta relación ‘de igual a igual’ con sus hijos.

Tenemos, cómo no, los huérfanos con padres vivos, pero que no viven con ellos. Debemos estar muy atentos a esta realidad. La ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y los jóvenes produce heridas que pueden ser incluso muy graves. El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos jóvenes es más profundo de lo que pensamos.

Presencia

Es bueno fijarnos en el peligro del padre ausente, porque nos permite reconocer la importancia de la figura paterna. Pero esta no es la mirada total de la realidad. Felizmente podemos hablar también de la presencia del padre, que pone de relieve la belleza de la paternidad.

No hay sentimiento más bello que el orgullo y la emoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que importa de verdad en la vida. Un padre sabe bien lo que cuesta transmitir cercanía, dulzura y firmeza.


¿Cómo dejar un legado a los hijos?

La primera tarea es que el padre esté presente en la familia. Que sea cercano a la esposa, para compartir todo: alegrías y dolores, cansancios y esperanzas, para que juntos puedan educar a los hijos.

La segunda, que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando están felices y cuando están angustiados, cuando son habladores y comunicativos y cuando están cabizbajos y meditabundos, cuando se arriesgan y cuando tienen miedo, cuando se equivocan y cuando se enmiendan, cuando se desvían y cuando retoman el camino; padre presente siempre.

La tercera es que sea paciente frente al hijo descarriado. Todos conocemos la parábola del hijo pródigo, que muestra al padre misericordioso que espera contra toda esperanza. Muchas veces no hay otra cosa que hacer sino esperar; rezar y esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad y misericordia. No hay espacio para el rencor, la ira ni el rechazo.

Un buen padre sabe esperar y perdonar desde el fondo del corazón, siempre. La cuarta es corregir con firmeza, lo que significa que no es un padre débil, complaciente, sentimental. Sabe corregir sin humillar.

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