Hoja de ruta para la solidaridad

Dice el diccionario electrónico: Solidaridad puede entenderse como un plan de acción a largo plazo y general que acerca los objetivos estratégicos a objetivos más tangibles y alcanzables. ¿Qué debe hacer un padre de familia para lograr que sus hijos sean solidarios? ¿Cuáles serán los pasos a seguir para alcanzar este objetivo?

La respuesta no es sencilla pues la idea de formar hijos solidarios conlleva notables implicancias para la vida familiar.

Ver y conocer

Se me ocurrió hablar de una hoja de ruta, de pasos sucesivos, secuenciales que nos lleven al objetivo propuesto.

El primer componente para la solidaridad es el poder “ver”. Es imposible ser solidario sin descubrir la realidad del sufrimiento humano.  Si no veo el dolor, el sufrimiento, las carencias, la soledad, la angustia de las personas no puedo siquiera sentir compasión por nadie.

Tenemos que aprender de Jesús a ver, mirar, oír, tocar el dolor humano para sentir la verdadera compasión.

El segundo componente, pues, es “conocer”. Implica acercarse, hacerlo suyo, experimentarlo, sentir lo mismo. Porque podemos ver y pasar de largo. La raíz de toda la acción misericordiosa hacia los pobres y excluidos nace de la compasión hacia ellos.

Es a partir de las experiencias directas de las necesidades y sufrimientos de los demás que se va formando la actitud solidaria.

Nuestros hijos deben aprender a mirar estos hechos, luego integrarlos en su experiencia y adquirir un corazón compasivo, una sensibilidad y una actitud misericordiosa.

Más que emociones

Un aspecto importante en educar para la solidaridad es enseñarles a los hijos a trascender el escenario de las emociones. Ciertamente estas no son malas porque ayudan a que estos se conmuevan frente a situaciones, el problema radica en reducir la solidaridad solo a un aspecto emotivo y no convertirla en un hábito que se expresa en una actitud hondamente espiritual que se vale del análisis de la realidad para entender que la pobreza o la postración que padecen algunas personas tiene causas históricas y obedece a ciertas estructuras sociales que generan un mundo insolidario e injusto.

Esta comprensión hará que se construyan las bases para una acción solidara madura y eficaz.

La solidaridad se aprende en casa (recuadro)

Los valores se aprenden a través de la práctica diaria y perseverante. Por ello, la práctica solidaria no puede estar ausente de la experiencia familiar.

Conozco familias que, con muy buen criterio, programan un viaje a algún pueblo para llevar ayuda, ver otras realidades, conocer de cerca a personas concretas que sufren enfermedad, carestía o soledad. Y que frente a esta realidad animan a sus hijos a hacer algo concreto.

El ejemplo del samaritano que levantó al caído, lo subió a su cabalgadura, lo llevó a una posada, le curó las heridas y dejó un dinero para que lo sigan atendiendo, es diciente. Se trata de alguien que no se contentó con una limosna, sino que se involucró de tal manera que su acción solidaria fue fecunda.

No se trata tanto de hablar de la solidaridad sino de practicarla. Hablemos en casa de este tema.

 

 

 

 

 

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