El adulto mayor: responsabilidad de todos

El adulto mayor es una persona que enriquece los entornos en los que se desenvuelve.

Fiorella Quintanilla de Zegarra–Ballón
Directora del Aula del Saber de la UCSP

Escuchamos con relativa frecuencia que la familia es la célula de la sociedad, por lo que inferimos que la familia es responsable de cómo es la sociedad.

Si partimos de ese principio, la familia también es responsable de cómo es y cómo está el adulto mayor. En ese punto, sin embargo, encontramos familias que no responden a sus responsabilidades sociales ni familiares. Una de esas omisiones se relaciona con el acompañamiento al adulto mayor y su cuidado.

Acompañar sus cambios

El adulto mayor es una persona que se enfrenta a diversos cambios físicos: la aparición de enfermedades; la pérdida de las funciones cognitivas, la capacidad de atención y la capacidad de procesar información; la disminución de la audición o la visión; los dolores de espalda; etc.

Por ello, recomendamos a las familias que los adultos mayores realicen por lo menos 30 minutos de actividades físicas diarias, llevarlos de paseo al aire libre, hacer caminatas juntos, arroparlos y protegerlos del sol; así como realizar con ellos ejercicios para la memoria, jugar juegos de mesa, leerles un libro o contarles historias.

Estos cambios físicos que experimentan los adultos mayores van acompañados de cambios emocionales —como consecuencia de la jubilación, el casamiento de sus hijos (y luego los nietos), el fallecimiento de sus amigos o incluso de su cónyuge— que los llevan a la tristeza, la ansiedad, la apatía y, finalmente, la depresión.

Es por ello que la familia tiene la responsabilidad de acompañar muy de cerca a la persona mayor que vive en su casa; no solo cuidarla frente a sus cambios físicos y biológicos, sino mantener una relación cordial, cariñosa, amable y de cuidados permanentes. Se le debe dedicar tiempo y atención, de tal forma que su envejecimiento sea tranquilo y sin complicaciones.

Familia inclusiva

La familia debe ser inclusiva, más humana. En ella debe existir una completa integración generacional; que los nietos, los hijos, los padres y los abuelos convivan en una feliz relación y que los adultos mayores sean valorados por cada uno de los miembros de la familia.

La mesa es el mejor lugar para una verdadera interrelación familiar, y mal hacemos en permitir que el adulto mayor sea aislado en su habitación por comodidad de los demás.
Así como el niño pequeño, el adulto mayor tiene ahora dificultades para comer, y es cuando más necesita de nuestro apoyo y cariño.

En todo caso, si no queremos compartir la mesa con personas que nos incomodan, ¿por qué entonces no hacemos lo mismo con los niños? Los ancianos son muy frágiles y es nuestro deber responder ante esa fragilidad y brindar los cuidados necesarios.

Todos tenemos derecho a convivir en una familia armoniosa, a ser tratados con dignidad y respeto, a ser amados, a sentirnos necesitados y valorados. Las caricias físicas y psicológicas las necesitamos todos, sin importar la edad que uno tenga. Solo así construiremos una sociedad más justa, más fraterna y reconciliada.

 

Salir de la versión móvil