Educar en la fe

Muchas veces se va dejando de lado la fe y se vive como si Dios no existiera.

Jorge Pacheco Tejada
Educador

En una cultura materialista existe el riesgo de mal acostumbrarnos a no descubrir el aspecto trascendente del hombre. La comodidad de nuestro estilo moderno de vida y la pérdida del sentido de esta hacen que los niños y los jóvenes no descubran la importancia de la fe.

Ortega y Gasset, refiriéndose a temas educativos, dijo en una oportunidad: “A ctualmente atravesamos una época de terrible incultura. Nunca el hombre estuvo tan por debajo de lo que su propio tiempo le exige. Por esta misma razón nunca abundaron tanto las existencias falsificadas, fraudulentas […] de ahí la importancia histórica de devolverle a la educación su tarea central de descubrirle al ser humano el sentido de su existencia”.

El peligro pues de que la educación sea superficial, tanto en la escuela como en el hogar, es que perdamos ese dinamismo esencial a su naturaleza y misión que significa educar para la vida. Y en ese esfuerzo, padres y maestros no podemos perder de vista que la fe es la que le da sentido a la condición humana.

Fe y verdad

¿Debo, como padre, ser una extensión del curso de Religión? No existe ningún problema en hablarle de Dios a tu hijo. Y si la familia se reconoce como católica o creyente, la conciencia siempre apunta a educar a los hijos en la fe.

Los reparos vienen de ideas erradas que encierran la experiencia religiosa en dos o tres temas, reduciendo así la fe a un espacio privado o un escaparate que la persona solo abre los domingos, cuando lo correcto es procurar iluminar toda la vida del chico a partir de la fe.

Desde allí, y conforme nuestros hijos vayan creciendo, hay que ir ayudándoles en la búsqueda de la verdad sobre el significado de la vida humana, hay que orientarles a resolver preguntas sobre el misterio del hombre y darles elementos que iluminen las diversas dinámicas culturales de esta época.

Partamos siempre de la certeza de que el ser humano, por su propia naturaleza, se preguntará siempre por el sentido de su existencia. Nuestros hijos no serán la excepción. Así que en lugar de ignorarlos en estos cuestionamientos, es mejor ayudarlos a tener un espacio y un tiempo para interrogarse por el sentido de su propia vida, ayudarlos a que se pregunten seriamente acerca de su propia humanidad.

¡Atentos!

En sintonía con lo anterior, debemos estar atentos para, en el momento oportuno, hablarles de la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia, la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y de la estabilidad política, una distribución más equitativa de los recursos del mundo y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva mejor a la comunidad humana; pero también hablarles del sentido de la vida, el sentido de la trascendencia, la idea de bien, el sentido del pecado, entre otros temas.

Como padres y maestros, de ninguna manera podemos perder ese dinamismo esencial a nuestra misión de educadores de la fe.

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