Drogas, familia y espiritualidad

Para encontrar soluciones a realidades dolorosas es necesario no fragmentar al ser humano.

Jessica Lewis
Psicóloga

Las adicciones son un fenómeno que merece ser visto desde una perspectiva integradora. Al dilucidar las causas que impulsan el consumo de sustancias, encontramos una enmarañada red de factores intrapersonales y ambientales, que van desde el contexto inmediato, como es la familia, al más globalizado, que es la sociedad misma.

En el ámbito familiar, por ejemplo, algunos autores señalan que las variables más influyentes en las adicciones juveniles son la mala relación entre padres e hijos, los estilos de crianza disfuncionales, la presencia de conflictos y el tipo de percepción parental sobre el consumo de drogas.

Asimismo, se ven dañadas áreas involucradas con la regulación emocional, la memoria, el aprendizaje y las funciones ejecutivas.

Finalmente, cuando el cerebro ha llegado a estadios de neuroadaptación a las drogas es posible observar en la persona un deseo compulsivo llamado craving, que lleva a conductas de búsqueda de la sustancia a toda costa, pérdida de la capacidad de control, aparición de síntomas de abstinencia y tolerancia, abandono de las actividades propias de la vida normal y persistencia, aun cuando haya cierto grado de reconocimiento de su nocividad. Es posible deducir de lo descrito que la libertad de la persona en estas circunstancias queda gravemente comprometida.

Reduccionismos

Muchas veces, los tratamientos para las adicciones quedan reducidos a manejos farmacológicos o psicoterapéuticos que, si bien son de absoluta necesidad, dejan de lado aspectos relevantes, como la espiritualidad. Ello se debe a la reinante visión fragmentada del ser humano que conduce a numerosos fracasos.

Un reduccionismo biológico puede llevar a pensar que la adicción es solo una enfermedad física, desvinculada de la responsabilidad moral de quien la vive. Al respecto, José Ramón Varo expresa lo siguiente: “Un principio moral esencial es el cuidado de la propia salud, toda vez que la persona no se ha dado a sí misma ni la propia vida ni su propia naturaleza, y por ello no puede suprimirla ni abdicar sus facultades humanas”.

Un tratamiento auténtico y eficaz ha de ser integral, de manera que incluya en sus presupuestos el acompañar a las personas en un redescubrimiento de la verdad; en el fortalecimiento de su voluntad; en el emprendimiento de un camino hacia la virtud, es decir, hacia su madurez espiritual.

Virtud y familia

Algunos autores reconocen la necesidad de volver a las virtudes. Así, encontramos necesaria la prudencia para que el centro de la personalidad esté en la razón. El dominio de los impulsos puede lograrse gracias a la templanza, la mansedumbre y la humildad. Se requiere fortaleza para no retraerse del bien difícil, para no sucumbir ante el temor o la tristeza; magnanimidad para aspirar con confianza a las cosas grandes; y justicia para ordenar las acciones al bien individual y al común.

Estas circunstancias hacen evidente la importancia de la familia. Mercedes Palet, en La Familia, educadora del ser humano, habla de la importancia de la formación de hábitos que, perfectibles, se convierten en virtudes para alcanzar el dominio de uno mismo y la felicidad verdadera.

En ese mismo texto, aporta una visión sobre las adicciones en la que los padres han renunciado a su misión educadora y ya no se ofrecen a sí mismos como claros modelos que hagan presente la factibilidad de alcanzar el bien.

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