¿Cómo relacionarnos con nuestros hijos adolescentes?

Perder ocasionalmente la paciencia es algo muy humano. Perderla con frecuencia puede resultar dañino para la relación padre-hijo.

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Adolescencia viene de la palabra latina adolescere que significa crecer, desarrollarse. Eso es justamente lo que pasa: el chico crece y en ese trajín genera cambios que ni él mismo entiende, por ello resulta importante que los padres no solo estemos presentes, sino que acompañemos el proceso con sabiduría y paciencia.

Pero, ¿cuáles son los principales cambios que experimenta el adolescente? Voy a seguir a José Manuel Mañú, profesor, escritor y coach en educación, quien señala tres grandes cambios en esta etapa: aparición de los primeros complejos, búsqueda de más autonomía y dificultad en las tareas intelectuales.

Los primeros complejos

El adolescente comienza a notar cambios físicos tales como un rápido crecimiento, otro tono de voz, los derivados de la progresiva maduración sexual, etc. Esta situación resulta incómoda para algunos: los retrae o los hace sentirse raros e incluso ridículos.

El sentirse raro, unido a posibles burlas, puede ocasionarle momentos muy desagradables que, dependiendo de su temperamento, exteriorizará o sufrirá en silencio. Estos cambios no se dan de manera armónica, de ahí que sea frecuente que no se gusten a sí mismos y se sientan inseguros. Es así como aparecen los primeros complejos.

Búsqueda de autonomía

Al mismo tiempo, se producen los cambios psíquicos. El adolescente empieza a sentir la necesidad de independencia respecto de sus padres y de ser aceptado en su grupo de amigos.

Esa situación, de por sí normal, puede venir acompañada de una confusión entre libertad e independencia. Quiere a toda costa autonomía, aunque no siempre esté acompañada de responsabilidad. Frente a este tema suelen ser dos elementos los que mortifican a los padres de familia: primero, la forma en que los hijos reclaman su autonomía —suelen ser desacomedidos y hasta poco respetuosos—; y segundo, no siempre demuestran la madurez que implica crecer en libertad.

Por ello los papás necesitamos ‘mano izquierda y mano derecha’: firmeza y ternura, de modo que los acompañemos hasta hacerse responsables de su propia libertad.

Las tareas intelectuales

Al adolescente le cuesta dedicarse al estudio y prefiere dedicar su tiempo al ocio. No está naturalmente predispuesto al esfuerzo intelectual, pues anda cansado y se deja llevar por lo que más le gusta: el deporte o atender de manera poco racional las redes sociales. Es increíble el tiempo que pueden dedicar a este rubro.

Con la adolescencia también comienza el desarrollo de la abstracción. La mayor o menor dificultad que tenga para el pensamiento abstracto ayudará o retrasará su capacidad académica. Por eso es que a algunos les resulta más difícil la gramática, los problemas de física, la química o la matemática.

En esta etapa su hijo empezará a percibir las limitaciones de su inteligencia o de su voluntad. De aquí pueden surgir los conflictos en la relación familiar por los malos resultados en el aspecto académico.


Esfuerzo y confianza

Llevar la relación con un hijo adolescente no es fácil, por ello es importante ganar su confianza. En ese esfuerzo lo primero es establecer claramente los roles de la relación. Es decir, se puede conocer a los hijos, se puede caminar y disfrutar juntos, pero no somos colegas. Asumir la relación en términos de una amistad entre pares es muy dañino.

Hay incluso padres que en su desesperación por ganar la confianza de sus hijos terminan ellos mismos comportándose como adolescentes. Eso constituye una receta peligrosa. Puede funcionar en un primer instante, pero luego activará algo que en la adolescencia es moneda frecuente: el miedo al ridículo. Y allí la distancia entre el ‘papá genial’ y un ‘bufón insoportable’ se acortará irremediablemente.

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