El complejo universo del Wititi

Por: Rafael Longhi Saravia

De niño solía escuchar durante casi todo el día los bronces de bandas que al son de un ritmo enérgico y repetitivo impregnaban el ambiente dominguero de la casa. Era la música que acompasaba encuentros futboleros en un campo deportivo cercano y que el viento se encargaba de desperdigar por aquel ambiente, todavía entre rural y urbano, que era por entonces Cayma.

Género musical

Siempre me llamó poderosamente la atención su peculiar estructura musical asimétrica, es decir, esa característica de sus compases que resultan impredecibles al no ceñirse a cadencias exactas, siempre con algún tiempo demás (o de menos) que rompe con esa precisión matemática que suelen poseer la mayoría de expresiones musicales, y que es lo que, precisamente, puede resultar cautivante para muchos.

Así es el Wititi, (también Witite o Wifala) esa manifestación tanto dancística como de musical que nació libre y desprovista de muchos parámetros posiblemente por ser fruto de la improvisación espontánea de los habitantes del Valle del Colca, cuyo paisaje, seguramente, le ha dado forma y características muy particulares a esta importante manifestación folclórica popular, que recientemente ha sido reconocida como Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad.

En cuanto danza

Lo musical es tan solo la mitad de lo que representa el Wititi, que posee también la dimensión complementaria e indesligable de la danza. Esta se configura como una de las de mayor difusión dentro del acervo folclórico de la provincia de Caylloma y del Perú en general.

El Wititi posee una serie de simbolismos, tanto en lo concerniente al baile como a la vestimenta, que expresan una cierta contradicción. En él participan, además de mujeres, varones con atuendos femeninos, lo que no los hace afeminados, por cierto, dado que portan amenazantes hondas que van agitando durante la danza. Algo de cortejo hay también en sus movimientos. Al parecer aquí, Tánathos y Eros danzan de la mano. Generalmente esto se explica en la creencia de que la danza recrea aquello que la memoria colectiva registra como el astuto cortejo de los jóvenes con disfraz femenino para de esa manera burlar la vigilancia paterna de aquellas doncellas a las que pretenden conquistar.

Sin embargo otras versiones, tal vez un tanto más académicas, relacionan esta particular singularidad con el origen remoto de esta danza en otra de raíces muy antiguas en el mundo andino prehispánico: el tinku (“encuentro” en quechua), que representa ciertos rituales propiciatorios relacionados con el tema de la fertilidad de la tierra y en el que se “ofrecen” actos de violencia encaminados a alcanzar el favor de los dioses, bajo la forma de sacrificio ritual y ofrenda de sangre.

También se ha considerado la posibilidad de que se hallen presentes en el Wititi conceptos relacionados con todo ese complejo sistema de creencias del hombre andino, que tienen que ver con los principios de complementariedad de los opuestos (lo femenino y masculino, la violencia y el cortejo) y reciprocidad, que son fundamentales, ciertamente, en su existencia.

La vestimenta

La cultura andina, si cabe la generalización, es una cultura textil. Esto no es ajeno al Valle del Colca, por el contrario, la vestimenta tradicional, en sus versiones collagua y cabana, aún replica en sus bordados una suerte de discurso iconográfico que expresa ciertos elementos de la flora y fauna de la zona, además de ricos simbolismos que tienen que ver con los ciclos agrícolas, los ciclos de fertilidad y otros aspectos.

Sin embargo resulta alarmante saber que cada vez son menos los artífices de este tan elaborado arte y que conocen cabalmente su significado. Peor aún, hay cada vez menos artesanos textiles transmitiendo su valioso conocimiento a las nuevas generaciones que se consagran al oficio de bordar. El riesgo es que con el paso del tiempo, nuestra percepción de todo este vasto lenguaje de vestimenta se verá limitado a una perspectiva carente de profundidad.

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