Jhony Velásquez Delgado
Docente del Departamento de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Católica San Pablo
Hace algunos días, después de realizar ciertos trámites en el centro de nuestra ciudad, intenté tomar un taxi para regresar a casa. Después de hacer el gesto respectivo, una unidad se detuvo ante mí. Procedí a saludar e inquirí: “¿Cuánto me cobra hasta el parque u?”, el conductor retrucó: “¿Cómo se llega hasta el parque u?”; sorprendido y de manera irónica —puesto que él es el profesional del volante y debería conocer la ciudad a la perfección, o casi— le respondí y di algunas indicaciones.
El enigmático taxista, después de pensar un momento afirmó: “Sucede que hay mucha congestión en esa avenida, por eso no voy por esa zona”. Atónito por la respuesta del chofer me despedí diciendo: “Imagine que obtiene esta misma respuesta, de parte de un bombero o un policía, ante una llamada de emergencia que usted hiciera en caso de necesidad, que tenga buena tarde”.
Es probable que más de uno de nosotros haya obtenido una respuesta similar a esta en más de una ocasión. Por un lado, hay que tener presente que el tráfico en la ciudad es un “caos casi perfecto”. Parece ser que las reglas y normas de tránsito han sido escritas con el objetivo de demostrar que la teoría y la realidad son dos universos paralelos. Giros inopinados —sin emplear las señales respectivas— de los conductores en medio de la vía; vehículos de elevado tonelaje en el carril izquierdo; combis invadiendo este mismo carril destinado al tránsito de los vehículos particulares, para lograr sobrepasar a la combi que le precede y que ha cometido la osadía de detenerse abruptamente para recoger un pasajero, son —entre otras tantas— imágenes que representan la vida cotidiana en las calles de Arequipa.
Sería conveniente recordar que el servicio de taxis en la ciudad está, o mejor dicho debería estar, comprendido dentro del servicio de transporte especial de personas, el cual, según el diario oficial El Peruano, se entiende como “(…) una modalidad del servicio del transporte público de personas…”. La palabra clave es “público”, es un servicio que se ofrece en beneficio de los ciudadanos. En otras ciudades de países vecinos como Colombia, Argentina o Chile, entre otros, es impensable que un conductor de taxi ofrezca una respuesta similar a la dada por mi interlocutor en la charla con la cual inicié estas líneas.
Es necesario que tanto el Estado como la sociedad civil debamos asumir la problemática del transporte en las ciudades de una vez por todas. El Estado, a través del gobierno regional y de los gobiernos locales, debería —junto con los organismos competentes, Gerencia Regional de Transportes y Comunicaciones, Policía Nacional, entre otros— dar las leyes y normas y supervisar el cumplimiento de las mismas y el respeto del principio de autoridad.
Por otro lado, estamos todos nosotros, la sociedad civil; prestadores del mencionado servicio, conductores, cobradores, usuarios, transeúntes, etc. La perspectiva fundamental que nos compete para aportar en la solución de este álgido problema, si bien requeriría de diversos principios, podría tener como elemento importante la centralidad en los derechos y deberes que cada uno de nosotros tiene al interior de la dinámica comunitaria de la vida en sociedad.
La participación de cada uno de nosotros es esencial en la consecución del bien común, hay deberes que competen a cada uno de nosotros con nombre propio, ¡es momento de afrontar el problema!
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