Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
El primer día de enero, la Iglesia celebró la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y también, desde 1968, la Jornada Mundial de la Paz instituida por san Pablo VI. Para ayudarnos a vivir bien esta jornada y brindarnos una luz que nos pueda orientar en el tiempo nuevo que se abre para nosotros, cada año el Papa en funciones emite un mensaje.
Así, en su mensaje para la jornada de este año, después de recordarnos los trastornos ocasionados por el covid-19 que nos ha hecho palpar la fragilidad de nuestra naturaleza humana y causado tanta aflicción, el Papa Francisco nos invita a preguntarnos qué hemos aprendido de esta pandemia y “¿qué nuevos caminos debemos emprender para liberarnos de las cadenas de nuestros viejos hábitos, para estar mejor preparados para atrevernos con lo nuevo…e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor?”. Y él mismo responde que es urgente que busquemos y promovamos la fraternidad y la solidaridad “que nos anima a salir de nuestro egoísmo para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades”.
En efecto, como bien dice el Papa, solo el amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales y sociales que muy a menudo surgen por “los problemas generalizados de desequilibrio, injusticia, pobreza y marginación” y dan origen a conflictos que, incluso, llegan a generar violencia. Violencia que, una vez desatada, es un “virus” “más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior sino del interior del corazón humano”.
Por ello, sigue diciendo Francisco, para evitar que los conflictos terminen en violencia, es preciso que cada uno deje de protegerse solo a sí mismo y sus intereses personales y, en lugar de eso, afrontemos juntos, con responsabilidad y compasión, los problemas que afligen a la sociedad. En síntesis, hemos de recuperar la noción de bien común, tan olvidada en nuestros días, y promover acciones de paz buscando el modo de acoger e integrar a los que viven como descartados y marginados de la sociedad.
Como se puede apreciar, estas reflexiones del Papa Francisco resultan muy propicias para el tiempo que estamos viviendo en nuestro querido Perú. La violencia que, una vez más, se ha desatado en nuestras calles, plazas y carreteras, que ha ocasionado decenas de muertes y graves daños a la propiedad pública y privada, aunque pueda haber sido exacerbada por minorías radicales o por excesos al reprimirlas, no necesariamente ha dejado de ser como un desfogue de la frustración de tantas personas que han sufrido con especial intensidad los efectos de la pandemia y/o se sienten tratadas de modo injusto, marginadas de la sociedad y del progreso que ven en otros.
En este contexto, si no deseamos que el Perú se siga fracturando y aumente la espiral de violencia, resulta también apropiado el pedido del Papa de “dejarnos cambiar el corazón”, “permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad” y “nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad”. Solo así, movidos por el amor de Dios, podremos construir juntos un nuevo Perú y, como también nos dice Francisco, “ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz”.