Carlos Timaná Kure
Director del Centro de Gobierno de la Universidad Católica San Pablo
La llegada de Zohran Mamdani a la Alcaldía de Nueva York marca un giro ideológico sin precedentes en la política de la ciudad. Su victoria, que parecía inevitable desde hace meses, se concretó pese a la inusual coalición que intentó frenarlo: desde Barack Obama hasta Donald Trump respaldaron al exgobernador Andrew Cuomo, quien se postuló como independiente para evitar que la izquierda más radical conquistara la Gran Manzana.
Mamdani, un inmigrante musulmán de raíces ugandesas, resulta incómodo para casi todos en el establecimiento político. No por su identidad —que encarna la diversidad que Nueva York celebra—, sino por su programa económico. Su plan recuerda más a un manifiesto populista latinoamericano que a la agenda de la metrópoli financiera del mundo. Ha prometido congelar los alquileres, ofrecer transporte y centros de cuidado infantil gratuitos, y crear supermercados públicos para reducir el costo de los alimentos.
Para financiar esta ambiciosa agenda, propone subir los impuestos: un recargo del 2 % sobre las rentas millonarias que, según sus cálculos, aportaría 4 000 millones de dólares adicionales, y elevar el impuesto corporativo al 11.5 %, igualándolo al de Nueva Jersey. También promete combatir la evasión y optimizar el gasto municipal.
Sin embargo, gran parte de su plan depende de la aprobación del estado de Nueva York, un obstáculo mayúsculo incluso para un político con amplia aceptación. Si logra aumentar los tributos, corre el riesgo de ahuyentar a las empresas y a los contribuyentes acaudalados.
Con un gabinete compuesto exclusivamente por mujeres, Mamdani busca proyectar renovación. Falta ver si sus gestos simbólicos se traducirán en transformaciones reales o si su mandato será recordado por ser audaz en el discurso, pero limitado por la aritmética fiscal.











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