Juan David Quiceno Osorio
Profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo
Uno de los aspectos que más me sorprende del Perú es la capacidad que tiene para copiar las cosas con una maestría impresionante. Si necesitas un libro, lo tienes como el original. Si quieres una máquina, aquí se desensambla y se vuelve a armar sin dificultad, a la par que reproducimos sus piezas. Se imita ropa, zapatos y todo lo que se necesite.
No pretendo denunciar los posibles aspectos ilegales que este tipo de actividad pueda tener, aunque obviamente se trata de una realidad que se conoce bastante bien. En esta ocasión, me encantaría más bien llamar a la reflexión sobre cómo esto podría ser una enorme virtud propia del Perú y cómo, eventualmente, podría ser el camino de una vida mejor si se imita lo bueno en materias políticas, empresariales y socioculturales con la misma destreza con la que se copian documentos, libros o vestidos.
De hecho, tengo un caso que siempre me sorprende y sobre el cual suelo bromear con mis alumnos, manifiesta que copiar lo bueno podría, en realidad, salvar al mundo. Se trata de la única copia de La Piedad de Miguel Ángel que se encuentra en la pequeña ciudad de Lampa. Una historia que conozco hace mucho tiempo y que tenía la deuda de compartir. Esta vez, solo inicialmente, con la intención de poder comentar más sobre este asunto en futuros textos.
En este caso, Enrique Torres Belón es el ingeniero y político protagonista de esta historia. Resulta que Torres Belón, sin que sepamos bien los pormenores, convenció al mismísimo papa San Juan XXIII –buen hombre– de que le concediera permiso para hacer una réplica exacta de La Piedad. Tras obtener la autorización, puso manos a la obra en el mismo Vaticano.
La comitiva de Torres Belón realizó un molde completo de La Piedad, que pesaba varias toneladas, y lo trajo al Perú, llevándolo a más de cuatro mil metros de altura en los Andes peruanos. A partir de ese molde, se produjeron dos réplicas que hoy se pueden visitar y contemplar en Lampa, invitando a reflexionar sobre las grandes cosas que se pueden hacer con sacrificio y amor, exactamente lo que representa esa magnífica obra de arte.
La historia no termina solo en la magnificencia de la obra, sino en lo que ocurrió después del ataque a La Piedad en los años setenta, cuando surgió el desafío de restaurarla, rota en diversas partes y en cientos de pedazos.
Por esas cosas de la vida, en el Vaticano se encontraron con los documentos que acreditaban una copia –inaudita, por cierto – de La Piedad. Esa copia, como bien sabemos por la vida y por la historia, no podía estar en otro lugar que en el Perú.
Efectivamente, partió una misión vaticana para corroborar el asunto y se llevaron la enorme sorpresa de encontrar una copia de yeso, absolutamente bien lograda, de la magistral obra de Miguel Ángel Buonarroti. El caso es que los restauradores solo tuvieron que sacar los moldes del molde para restaurar la obra original. Así Perú, y los buenos lampeños, salvaron al mundo de perder la esencia de una de las grandes obras históricas de la humanidad.
Quedó demostrado el punto de que los peruanos son maestros de la copia, y que eso no atenta contra su propia capacidad u originalidad, sino que, por el contrario, es un elogio a su cuidado y talento. En ese sentido, la pregunta que se abre es la siguiente: ¿Qué es lo que debemos de copiar en materia cultural, social y política que nos permita crecer como país?
Se me ocurren muchas cosas en distintos ámbitos. Dado que se vienen tiempos de elecciones, tengo la sensación de que lo que realmente se nos pide es tomar buenas decisiones en cuanto a nuestros representantes. Sin embargo, eso solo será posible si copiamos las buenas prácticas de educación humana, de cultivo intelectual y de descentralización del país, que permitan un crecimiento más digno en lo alto, ancho y profundo del Perú.
Ya lo decía Aristóteles: el ser humano aprende por imitación, y no hay mejor ejemplo para imitar que los héroes de sus grandes historias; grandes por sus obras, y grandes por sus promesas cumplidas.











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