Jornada Mundial de los Pobres

Monseñor Javier del Río Alba
Arzobispo de Arequipa 

El domingo 18 de noviembre, la Iglesia celebró la II Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el papa Francisco con la finalidad de ayudarnos a tomar conciencia de la situación de pobreza que aflige a un elevado porcentaje de la población mundial y de aquello que, como cristianos, podemos hacer por ellos.

Ya al comenzar el nuevo milenio, el papa Juan Pablo II denunció las contradicciones del mundo que ofrece grandes posibilidades a pocos afortunados y condena a cientos de millones de personas a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana.

Como escribió el mismo papa, al hambre y a la falta de acceso a la educación y la asistencia médica más elemental se han añadido nuevas pobrezas que afectan a personas que pueden no carecer de recursos económicos pero sufren por la pérdida de sentido de la vida, la esclavitud de los vicios, el abandono en la ancianidad, la marginación o la discriminación social.

En ellos, nos recuerda el papa Francisco en su mensaje para la jornada de este año, hay una presencia real de Jesucristo entre nosotros y, por tanto, a diferencia del mundo que los desecha, los cristianos estamos llamados a honrarlos y darles precedencia.

Es cierto que muchas veces la pobreza puede llevar al hombre a dudar del amor de Dios y no recurrir a Él; pero, como también nos dice Francisco, en general, “los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas”.

Son los pobres de espíritu a quienes Jesús llama bienaventurados porque de ellos es el Reino de los Cielos, aquellos que aun con el corazón destrozado y la dignidad atropellada claman a Dios y buscan refugio en Él, porque saben que jamás se olvida del hombre, mucho menos de los pobres.

Con motivo de la jornada celebrada el pasado domingo, el papa nos pregunta si somos capaces de escuchar a los pobres, si los honramos como personas y buscamos su bien. No basta, nos dice, un gesto de altruismo o solo un acto de asistencialismo.

Los pobres necesitan nuestra “atención amante, la mano tendida que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad”. Necesitan de alguien que se les acerque, les haga presente el amor de Dios y los lleve al encuentro de Jesús.

“Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado, que la justicia recorra su camino y que cuando seamos nosotros los que gritemos al Señor, entonces, Él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy!”.

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