Lorena Diez Canseco Briceño
Directora del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo
En la actualidad, el concepto de libertad se entiende como la posibilidad y el derecho de las personas a actuar según sus deseos e intereses; desde esta perspectiva, la posibilidad de educar la libertad estaría totalmente negada; sería un despropósito. Pretender guiar o más bien educar a la persona para que actúe según sus deseos e intereses, cuando ello es algo que debería surgir espontáneamente, implicaría una limitación de la libertad.
Sin embargo, si se entiende la libertad considerando su estrecha relación con la misma naturaleza humana, se puede comprender que la libertad no tiene nada que ver con “hacer lo que deseo”, sino más bien, tiene que ver con “desear” aquello que es verdadero, bueno y bello. Es decir, la auténtica libertad tiene que ver con aquellos comportamientos que ayuden a la persona a alcanzar su mayor despliegue y perfección, pero no desde una imposición externa, sino más bien como un movimiento interno de la propia persona.
Desde esta perspectiva, la autonomía de la que goza la persona está basada en un orden previo que le da sentido a su propia existencia. A partir de ello, la persona tiene la posibilidad de ejercer un pleno dominio sobre sus inclinaciones naturales y potencialidades, gracias a la capacidad directiva de su razón y al gobierno voluntario de su actuar.
En esta línea, el ejercicio pleno de la libertad del ser humano pasa, en primer lugar, por un conocimiento recto de la realidad y un discernimiento acerca de la misma, en donde la persona, gracias a su inteligencia, es capaz de darse cuenta qué es lo bueno y qué es lo mejor, y a partir de ello, es capaz de tomar decisiones y obrar voluntariamente, es así que la libertad se funda en una voluntad que es dirigida por la razón.
Desde lo señalado, sí es posible afirmar que la libertad se puede educar, debido a que el ser humano requiere de una guía y conducción que le permita ejercer un gobierno racional sobre sus afectos y una educación de sus inclinaciones, lo que dará lugar al cultivo de las virtudes morales como la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia.
Podemos afirmar que educar en virtudes es la base para la educación de la libertad; esta educación se debe llevar a cabo en primera instancia en el seno familiar, y por medio de la forja de hábitos que ayuden a la persona a que obre consciente y voluntariamente, por elección y de una forma firme y constante. La templanza permitirá la moderación, la fortaleza nos dotará de resiliencia, la justicia permitirá sanas relaciones interpersonales y con la prudencia obtendremos claridad de juicio.
Como vemos, la educación de las virtudes es el cimiento sobre el cual se educa a la persona para que pueda hacer un recto uso de su libertad y alcanzar la autonomía en el obrar, que implique una toma de decisiones sin dependencia de terceros pero, principalmente, que sea capaz de optar por el bien, que es lo que finalmente implica un recto uso de la libertad.