El ayuno y la moda

Monseñor Javier del Río Alba
Arzobispo de Arequipa

Cuando uno vive bien la Cuaresma, en la Pascua experimenta realmente la liberación del pecado que esclaviza y el derribamiento del muro de la muerte que nos impide gozar de la vida eterna ya desde este mundo. Para vivir bien la Cuaresma, la Iglesia nos da tres armas: oración, ayuno y limosna. En la edición pasada dediqué esta columna a la oración. Esta vez lo haré al ayuno porque, como es sabido, la Iglesia nos invita a ayunar los viernes de Cuaresma.

En general, el ayuno consiste en abstenernos de la comida, al menos de una de las comidas principales del día, como un medio para ejercitarnos en la abstinencia de una cosa buena para alcanzar algo mejor, en especial la libertad. Así como la oración hace referencia a nuestra conversión con relación a Dios —porque rezar es hablar con Dios—, el ayuno hace referencia a nuestra conversión con relación a nosotros mismos.

Ayunando nos liberamos de las presiones de nuestra materia corporal y facilitamos la reanimación de la fuerza espiritual que hay en nosotros. En este sentido, el ayuno nos purifica porque somete al hombre de la carne, ese hombre viejo que habita en nosotros y que muchas veces nos impone sus instintos, nos aleja de Dios, nos lleva al pecado y termina haciéndonos daño a nosotros mismos.

El someter al hombre de la carne hace posible que crezca en nosotros el hombre espiritual, ese hombre celeste que Dios quiere realizar en nosotros a través de la nueva creación iniciada en Cristo muerto y resucitado. Esto es muy importante porque, como dice Jesús, “el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26,41).

Ayunar no es fácil, porque estamos habituados al ritmo de comidas que llevamos a lo largo del año. Cambiar ese ritmo, saltarnos una comida, implica hacernos cierta violencia, es decir combatir contra nosotros mismos, y como eso cuesta, entonces nos da miedo hacerlo.

Podemos encontrar muchas excusas y oponer diversos argumentos, pero la realidad es que, al menos en la mayoría de los casos, no nos atrevemos a ayunar porque pensamos que es algo malo, que atenta contra nosotros mismos. En una cultura del bienestar, en la que se exalta el placer y se huye del sufrimiento, el ayuno se presenta como inhumano. Tal vez por eso se ve el ayuno como algo pasado de moda.

La verdad, en cambio, es que el ayuno no es algo malo sino bueno, porque en la medida en que dominemos al hombre de la carne y potenciemos al hombre del espíritu, iremos siendo verdaderamente libres. El ayuno, entonces, es un medio y no un fin en sí mismo. Los invito a que, pensando en los frutos que una buena Pascua puede dar en nosotros, vivamos seriamente el tiempo de Cuaresma y recuperemos el ayuno de los viernes.

La mejor manera de ayunar es leer la Biblia durante el tiempo que normalmente dedicamos a la comida de la que nos vamos a abstener. Si lo hacemos así, seremos testigos de que, como dijo Jesús al demonio, “no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).

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