Educación, trabajo y dignidad

Jorge Pacheco Tejada
Educador

Dos son las finalidades de la educación: perfeccionar al hombre para que tenga una vida digna y prepararlo para que sirva a su pueblo. Esta doble dimensión es, en el fondo, lo que todos los pueblos a lo largo de todos los tiempos buscan cuando educan a sus nuevas generaciones. Es también el anhelo de todo padre de familia el lograr que sus hijos se realicen y lleguen a ser personas de bien.

Si queremos preparar a nuestros hijos para que sirvan a su pueblo, para que lleguen a ser personas íntegras, hay que enseñarles a trabajar, y en ello la educación tiene mucho que decir en todos sus niveles.

Y lo primero que debe aprender un alumno es que el trabajo debe ser entendido como un camino privilegiado para revalorar la dignidad del ser humano, y no al revés. Al respecto, dice el Papa Francisco: “No todos los trabajos son trabajos dignos. Hay trabajos que humillan la dignidad de las personas: los que alimentan las guerras con la construcción de armas, los que rebajan el valor del cuerpo con el tráfico sexual y la explotación de los niños.

También ofenden la dignidad del trabajador el trabajo gestionado por la contratación ilegal, los trabajos que discriminan a las mujeres y los que no incluyen a aquellos que tienen una discapacidad. Desde esta perspectiva, el trabajo precario es una herida abierta para muchos trabajadores, que viven con el temor de perder sus trabajos”.
Por lo tanto, es necesario defender y promover el trabajo digno.

Pero educar para el trabajo también implica enseñar dos cosas: servir a las personas que lo necesitan y formar comunidades donde la comunión prevalezca sobre la competición. Servimos a las personas cuando buscamos el bien común, cuando enseñamos a nuestros alumnos que la innovación tecnológica debe estar guiada por la conciencia y los principios de subsidiariedad y solidaridad, cuando promovemos en ellos la actitud de estar al servicio de la persona y de sus necesidades humanas.

Y formamos comunidades cuando desterramos la competición, que es la enfermedad de la meritocracia, cuando afirmamos en nuestros alumnos la capacidad para el encuentro y las relaciones cordiales basadas en la confianza, la autoestima, la amistad, el amor.

Finalmente, el desafío que tiene la sociedad moderna es ir más allá del modelo de orden social vigente. Debemos pedir al mercado no solo que sea eficiente en la producción de riqueza y que asegure un crecimiento sostenible, sino que también esté al servicio del desarrollo humano integral. Este es el modelo de justicia social que todos reclamamos y que debemos inculcar en la mentalidad de nuestros jóvenes y niños.

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